Pasos para organizar una Asamblea Popular
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Augusto César Sandino: un hombre libre

Para una mujer sencilla y brillante

Cuando he tratado de sistematizar mi reflexión sobre el significado del anarquismo, vuelvo, una y otra vez, a la imagen recurrente, del descubrirse “anarquista”. En mi propia vida fue así: profesando aún, el credo “marxista”, fui calificado de anarquista, por el estalinista (en aquella época, actualmente columnista de La Nazión) director de la escuela universitaria donde estudiaba. El calificativo, despectivo, según aquel señor, vino a propósito de mi rebeldía permanente y mi individualidad (no egoísmo). Con el tiempo, comencé a leer libros de anarquistas (Bakunin, Kropotkin, Malatesta y otros), descubriendo, hasta ese momento, que toda mi vida había sido anarquista, incluso cuando fui militante de partidos del marxismo-leninismo religioso. En ese momento, me pude explicar por qué había chocado siempre contra las dirigencias y contra las órdenes de arriba. Por eso es que sostengo que la mayoría de las y los artistas y escritores(as), que lo sean de verdad (que dejan rastros de sangre, sudor, líquidos seminales, orines, mierda, lágrimas, en su obra) y no mercaderes del “arte”, son, por definición, anarquistas, si no de pensamiento, de hacer. Por eso, también, creo que debemos rescatar para el anarquismo aquellas figuras, que lo han practicado aunque no lo hayan teorizado. Y es que esa es la virtud – y el defecto, según otros y otras – del anarquismo, filosofía que se ha hecho más en el andar, en el hacer, que en un escritorio, financiado por un mecenas o por una fundación. Porque el anarquismo es aquel gesto existencial que le dice NO al poder, sea cual sea este. Por eso quiero rescatar la figura de Augusto César Sandino, quien junto con aquel otro anárquico de las letras, Rubén Darío, son las figuras destacadas de la hermosa tierra de los lagos, Nicaragua. Creo que no peco de abusivo, por las siguientes razones e intuiciones: Sandino, durante un tiempo, trabajó en Tampico, México, “(...) que era el Tampico del petróleo, de las doctrinas anarcosindicalistas, del socialismo galopante de la revolución bolchevique, del agrarismo mexicano de Zapata.”[1] Debemos recordar que el “agrarismo” de Zapata es de raigambre anarquista y que la bandera del anarcosindicalismo es la bandera rojo y negra. Cuando Sandino regresa a Nicaragua, a demostrar con su coraje, que ni él, ni todos los nicaragüenses eran unos vendepatrias, como le dijeron en México, según el relato del escritor Sergio Ramírez; se encuentra en medio de una guerra civil que enfrenta a liberales (con la divisa roja en el sombrero) y a conservadores (con la divisa verde). Sandino escoge la bandera rojo y negra: “(...) la bandera enarbolada desde entonces en sus filas, de colores rojo y negro, con la inscripción Libertad o Muerte.”[2] Presiento, en la escogencia de la bandera, la escogencia de la insumisión al poder. Cuando en un momento, el general oligarca Moncada (que luego sería presidente de Nicaragua) enfrenta a Sandino, ocurre lo siguiente: “(...) Moncada interrogó acremente un día de tantos a Sandino en reclamo:

- Y a usted, ¿quién lo hizo general?

- Mis hombres, señor – respondería él, humilde pero firmemente.”[3]

Es necesario decirlo, e insistir en esto, Sandino nunca pretendió, ni tuvo entre sus objetivos, la toma del poder, su lucha fue por la expulsión de los marines del Imperio de su tierra, meta que de alguna manera logró (porque los gringos se fueron), pero de otra manera no (porque los gringos dejaron, en su reemplazo, la Guardia Nacional con Somoza al frente)

Creo que hay muchas semejanzas entre la vida y el hacer de Sandino y de Zapata, ambos, líderes naturales del campesinado, imagen de la rebeldía en América Latina, por lo que voy a presentar para su posterior profundización y discusión, algunas de las coincidencias que me parecen relevantes, entre estos dos grandes rebeldes.

I. El origen campesino: Zapata nace en Anenecuilco, en el estado de Morelos, en una comunidad agraria. Sandino nace en Niquinohomo, también en una comunidad agraria. Ambos tienen, en la infancia, dolorosas experiencias de la injusticia, relacionadas con el sistema de tenencia de tierra. Zapata, a los 9 años vio llorar a su padre, porque la autoridad se había adueñado de las tierras comunales de su pueblo. Sandino: “De acuerdo con aquel mismo sistema feudal vigente en Centroamérica a lo largo del siglo XX y como rémora de los anteriores, los campesinos podían obtener de sus empleadores adelantos por cuenta de su trabajo futuro, y redimir aquella deuda con las horas de labor que el patrón fijaba; al no poder cumplir, por causa de enfermedad, por ejemplo, iban a la cárcel. Cuando Sandino tenía nueve años y antes de pasar a la casa paterna, su madre fue tomada prisionera por una deuda de esa naturaleza; y es también costumbre que los niños tengan que ir con sus padres a la cárcel si no hay quien vea por ellos. Allí en el calabozo, vería él como su madre, embarazada, se desangraba por causa de un aborto; así, su infancia maduraría entre interrogantes sobre la verdad de la justicia.”[4]

II. El tipo de liderazgo de ambos, un liderazgo natural, nunca político, nunca impuesto, nunca promovido por nadie, el que la gente escoge y sigue. El líder que predica con el ejemplo, el líder que es el más sacrificado, que le pone el pecho a las balas, uno más en la “tropa”. Ambos con el recelo y el rechazo campesino a la ciudad y al Estado, siempre regresando a sus tierras.

III. El Ejército Libertador del Sur y el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, siempre fueron más milicias campesinas, que ejércitos propiamente dichos. Sus integrantes, por mucho tiempo, eran simultáneamente, “soldados” y campesinos (es decir, seguían cuidando sus cultivos) Ambos “ejércitos”, por diversas razones, utilizaron la táctica de la guerra de guerrillas. Dice Pancho Villa: “Recuerdo también que uno de aquellos periodistas americanos que venían conmigo se nos acercó durante la comida para que juntos le contestáramos sus preguntas. Y yo le dije lo que pensaba del desarrollo que los hombres del Norte habíamos dado a nuestra Revolución; pero Emiliano Zapata, respondiendo a la misma pregunta, le expresó frases muy diferentes de las mías. Le dijo él:

- Señor, declare usted a los lectores de los periódicos de los Estados Unidos que esta Revolución del Sur se ha consumado sin más ayuda que la de nuestras montañas. Nuestras armas son las que hemos recogido en nuestro territorio; nuestro parque, el que nos deparaba nuestra tierra, o el que fabricaban nuestras manos; nuestra moneda, la plata que sacábamos de nuestras minas o el dinero que quitábamos a nuestros enemigos. Por lo cual se ve, señor, que no hay ningún ánimo revolucionario más mexicano, que este que representamos los hombres revolucionarios del Sur.

Eso dijo él delante de mí. Pero yo no me sentí herido por las referidas palabras, masque fuera verdad que en el Norte nosotros habíamos hecho la guerra con armas y parque comprados en los Estados Unidos y con dinero de papel, que imprimíamos en nuestras imprentas, no con la plata que sacáramos de las minas.”[5] Lo mismo se puede decir del “pequeño ejército loco” (como lo llamó la poetisa Gabriela Mistral) de Sandino en Las Segovias, según el relato de Sergio Ramírez, que incluye la famosa anécdota de la recuperación de armas y municiones, lanzadas al mar, en Puerto Cabezas, con la colaboración de las prostitutas del puerto (páginas 27 y 28 del libro de dicho autor citado).

IV. En el sur de México, Zapata impulsó una revolución donde las pequeñas comunidades se auto-organizaron, las plantaciones de caña y los ingenios continuaron funcionando normalmente, sin patrones, pues los latifundistas habían huido. Desapareció la policía estatal y los jefes zapatistas no podían imponer su voluntad. El trabajo agrario se organizó según los usos y las costumbres de cada pueblo. Una verdadera revolución anarquista de cooperación. En el norte de Nicaragua, cuando los marines se retiraron y Sandino depuso las armas, este impulsó con los miembros de su “ejército” un proyecto de cooperativas; proyecto truncado por la traición de Somoza.

V. Ambos asesinados de manera traicionera y artera, crímenes ordenados desde el poder.

No encuentro grandes diferencias entre “Tierra y Libertad” y “Patria y Libertad”, ni importantes diferencias entre las ligas armadas de comunidades que ambos rebeldes alentaron y dirigieron. Sí es abismal la diferencia entre sus supuestos herederos: el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Frente Sandinista de Liberación Nacional. El Zapatista, un movimiento político, social, fiel al pensamiento y al hacer de Zapata, anclado en las comunidades indígenas de Chiapas; el FSLN, una pandilla de desvergonzados que llegaron al poder a enriquecerse y a vender a Nicaragua, y hoy lo siguen haciendo, traicionando todos los ideales de Augusto César Sandino. Por favor, cambien de nombre, no arrastren el nombre de Sandino, por su ruta de abyección y envilecimiento. Los anarquistas latinoamericanos debemos comenzar a recuperar la figura de este gran rebelde campesino y colocarla, como se merece, junto a Zapata. Augusto César Sandino, un hombre libre.

 

Jorge Castillo Arias
jorcastari@yahoo.com
Equipo de la Revista La Libertad
Centro de Estudios Anarquistas Germinal


[1] Ramírez, Sergio. El muchacho de Niquinohomo. Managua: Editorial Vanguardia, 1988, p. 22.

[2] Ver Ramírez, op. cit., p. 29.

[3] Ibid., p. 29.

[4] Ver Ramírez, op. cit., pp. 24, 25.

[5] Guzmán, Martín Luis. Memorias de Pancho Villa. México: Compañía General de Ediciones S. A., undécima edición, 1968, pp.727, 728.

 

 

 

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