La generación
de 2008: luchas estudiantiles en Europa
Una nueva generación tomó la palabra
y las calles. En Italia, Grecia y Francia las movilizaciones
estudiantiles ocupan el centro de la escena política,
reactivando el conflicto social a contrapelo de las
inercias conservadoras que caracterizan estos países.
Como en las huelgas de 1995 que abrieron el ciclo de
las protestas antineoliberales en Europa, las oleadas
de movilización estudiantil actuales tienen su
antecedente histórico en Francia. En 2006, los
estudiantes franceses fueron el corazón de la
oposición social a la derecha neoliberal. Sus
movilizaciones paralizaron durante meses las escuelas
y, como en 1968, animaron el conjunto de luchas sociales.
Finalmente ganaron, obligando al gobierno a retirar
la propuesta de implementación del contrato de
primer empleo –que iba a permitir contrataciones
temporales por debajo del salario mínimo y despidos
inmediatos sin justificación. Los ecos de esta
experiencia hacen que hoy la participación estudiantil
en Francia se mantenga elevada, crítica y vigilante.
En estos días, en los liceos se está organizando
un movimiento en contra de una propuesta de reforma
de la educación media superior.
En Italia, 2008 fue el año de la Ola (l'Onda),
un movimiento estudiantil en contra de los recortes
y las reformas neoliberales que logró reunir
a su alrededor el conjunto de los sectores del mundo
de la educación: maestros, trabajadores y padres
de familia. Después de meses de ocupaciones de
escuelas y universidades y de multitudinarias marchas
bajo el lema "nosotros no pagamos su crisis",
el 11 de diciembre –a la vigilia de una huelga
general convocada por el sindicato progresista–
el gobierno de Berlusconi decidió posponer las
propuestas de reformas. Después del eclipse de
la izquierda política en las elecciones de abril,
los estudiantes italianos reactivaron la oposición
social en un país donde el conservadurismo parecía
ser la norma y el horizonte insuperable del debate políticamente
correcto.
En Grecia, en estos días de luchas callejeras,
los estudiantes expresan no sólo su indignación
frente a un abuso policiaco que despierta la memoria
de la represión de la dictadura de los coroneles,
sino que manifiestan su rabia frente a una orden social
que los excluye preventivamente y un gobierno de derecha
que los ignora. Como en el caso de las periferias parisinas
de 2006, la violencia es una expresión de rabia
socialmente acumulada, pero la experiencia de los estudiantes
griegos, más allá de la espectacularización
mediática de la guerrilla urbana, está
atravesada por intensas dinámicas de organización
y politización.
Los jóvenes europeos, en distintos momentos
y por diversas emergencias coyunturales, están
retomando la palabra y recuperando las calles como lugares
de convivencia y de lucha. A 40 años de distancia,
los fantasmas del 68 vuelven a rondar los palacios de
gobierno que las derechas neoliberales de los Sarkozy,
Berlusconi y Papoulias ocupan como centros de negocios
privados, instancias de mercantilización de toda
riqueza pública. Los movimientos estudiantiles
de estos años y estos días lograron sacudir
las sociedades francesa, italiana y griega de la pasiva
aceptación de las derivas de la típica
fórmula neoliberal: privatización de la
riqueza producida socialmente y socialización
de las pérdidas de la crisis ocasionada por unos
cuantos. En particular, rechazan dos reglas del despojo:
la precarización del trabajo y la mercantilización
de la educación.
Si bien, coyunturalmente, las protestas estudiantiles
desencadenaron la reactivación de las luchas
sindicales, lograron alianzas y obtuvieron apoyo de
otros sectores sociales, las perspectivas de convergencia
a mediano plazo en una óptica de politización
del conflicto no están dadas. Por el momento,
en medio de proyecciones inciertas en contextos políticos
no favorables, queda la experiencia de una juventud
capaz de indignarse y de organizar la resistencia. En
la Europa conservadora de estos días, la emergencia
de una generación critica y participativa es
un relámpago de esperanza en un cielo lúgubre.
Massimo Modonesi
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