Con civismo, madurez y alegría
La
convocatoria a elecciones es un acto clave de nuestra vida
democrática
Por
su eficacia e imparcialidad, el TSE es bastión de la voluntad
popular
En una ceremonia cargada de profundo significado cívico y
democrático, a la que asistieron los presidentes de todos los
poderes de la República y siete de los ocho candidatos
presidenciales, el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) dio, el
miércoles, el banderazo de salida a la campaña electoral que
concluirá con los comicios del próximo 7 de febrero.
Lo hizo, como manda la Constitución, mediante un decreto en el
que convoca “a todos los ciudadanos inscritos como electores” a
ejercer su voto para seleccionar, libremente, a un presidente (o
presidenta), dos vicepresidentes, 57 diputados y 495 regidores (más
sus suplentes). Lo hizo, también, con la autoridad que otorgan la
Constitución y las leyes.
Pero, sobre todo, lo hizo con la legitimidad que deriva del
desempeño impecable del Tribunal. Gracias a él, a su capacidad
organizativa, al compromiso de los partidos y a la adhesión
democrática de los ciudadanos, durante más de medio siglo el TSE ha
podido conducir 14 elecciones nacionales, dos comicios municipales
autónomos y un referendo. Y en todos ellos ha sido escrupuloso de la
voluntad del pueblo.
Sin embargo, a pesar de la trayectoria impecable de nuestros
procesos electorales, durante los últimos años no han faltado
minorías que, con afán destructivo y sin base alguna, han
pretendido deslegitimar al TSE e, incluso, a todo el sistema
político. Por esto, en el discurso de convocatoria, su presidente,
magistrado Luis Fernando Sobrado, no solo pidió a los partidos,
dirigentes y ciudadanos “asumir, con prudencia y sensatez, el
debate preelectoral” y propiciar una campaña en la que “prime la
discusión de ideas y el respeto por el adversario”.
También, recordó que “no son tampoco admisibles las
estrategias de descalificación anticipada de la institucionalidad
electoral, sobre la base de mitos, de teorías conspirativas o de
conceptos que, injustificadamente, pongan en duda su transparencia
electoral”.
Se trata de un llamado esencial. Y aunque los sectores
antidemocráticos, empeñados en debilitar las instituciones, le
presten oídos sordos, el resto de los ciudadanos, que somos
abrumadora mayoría, debemos cerrar filas alrededor de un Tribunal y
de un proceso que son ejemplares en el mundo y garantía de que
prevalecerán nuestras decisiones libres.
Como también dijo Sobrado, de cara a este proceso electoral (como
en todos los demás) “cada uno de los costarricenses seremos
orfebres de un destino común”. Por ello, debemos afrontarlo con
civismo y madurez, pero también con alegría, entusiasmo y, sobre
todo, participación. Somos todos los que escogemos a nuestros
gobernantes, y todos debemos involucrarnos, con conciencia plena de
nuestros deberes y derechos, en lo que ello implica. La orfebrería
democrática y republicana es una tarea colectiva ineludible.
Estas elecciones se realizarán al amparo de un Código Electoral
reformado y modernizado, que implica importantes avances
institucionales. Las principales modificaciones de aplicación
inmediata tienen que ver con el financiamiento estatal y privado de
los partidos. A partir de ahora, será más transparente y
verificable; también más equitativo, y el aporte público
trascenderá la dimensión electoral y apoyará también, de manera
permanente, la capacitación.
Gracias a los cambios, además, ya no habrá que esperar a que se
cuente voto por voto –un procedimiento anacrónico– para dar el
resultado oficial, que , salvo si se aceptan apelaciones, descansará
en los informes de los centros de votación. A partir de los comicios
del 2014, deberá haber paridad absoluta de género en los cargos de
elección, y en el 2016, al fin, se celebrarán, conjuntamente y a
medio período, las elecciones de alcaldes, regidores y síndicos, lo
cual redundará en el fortalecimiento del régimen municipal.
La reforma del Código, aunque fue lenta y parcial, es señal de
que nuestro sistema electoral no solo es un entramado institucional
que se enraíza, como fortaleza clave, en nuestra historia; también
es una entidad viva, que se transforma al ritmo de los tiempos y de
las necesidades democráticas.
Sobran las razones, entonces, para celebrar, como lo hacemos cada
cuatro años, la apertura de la campaña, y para reiterar nuestra fe
en el Tribunal Supremo de Elecciones, como organizador y garante del
proceso. También, para renovar nuestra adhesión al sistema
democrático como la mejor forma de convivencia posible por la que
podemos optar los costarricenses.
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