La caída permanente del hombre
(A propósito de La Caída)
Jorge Castillo Arias
“(...) la ética no es una rama de la estadística; una cosa no deja de ser atroz porque millares de hombres la hayan aclamado o ejecutado.”
Jorge Luis Borges
Hay personas que viven y mueren creyendo que sus palabras crean el mundo, dicen, por ejemplo: “– Yo creo que después de la revolución deben haber juicios populares.” Puro eufemismo, mejor dijeran: yo apoyo el asesinato, sería, al menos, más franco. Es increíble, cómo después de la tragedia del “socialismo” autoritario, todavía haya gente que siga repitiendo las mismas necedades que llevaron a ese “socialismo” a su muerte. Las palabras no pueden crear nada, estas son simplemente un balbuceo del hombre por intentar aprehender la realidad. La revolución, el socialismo, son solo palabras, no crean ninguna realidad. ¿Cómo es posible continuar rindiéndole pleitesía a las palabras sin analizar lo más importante: lo que representan? Es que en ese continuo deambular repitiendo credos acríticamente, no avanzamos hacia ninguna parte, solo damos rodeos. La revolución, el socialismo del siglo pasado, acabaron, murieron, noticia de última hora para los espíritus varados en aquel siglo. Si la aspiración humana a una sociedad justa y libre sigue siendo válida, y lo es, entonces debemos re-plantearnos estos conceptos: revolución y socialismo. Es importante comprender, como señala Agnes Heller, que: “(...) a la palabra socialismo no la rodea ningún aura de santidad. Lo mismo que cualquier otro término de la política moderna, el socialismo también puede ser explotado a favor de los más infernales fines.” Allí no más está el ejemplo del nacional socialismo en Alemania, hoy de nuevo en el tapete con la película La Caída, tremendo retrato de la candidez y la incomunicación humanas. ¿Qué diferencia puede establecerse entre Pol Pot y Hitler, entre Stalin y Franco? ¿Qué diferencia puede establecerse, como señala Heller, entre las camisas negras fascistas y los guardias rojos de Mao? ¿Qué diferencia ética puede establecerse entre los campos de concentración nazis y las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki? Ninguna. La violencia organizada, el terror organizado, la guerra, nunca han conducido a la humanidad hacia una sociedad justa y libre, en ninguna parte del planeta. Así, que no entiendo ese empeño – a principios del siglo XXI – en continuar sosteniendo que la revolución es un acto, un clímax con trenes o camiones llenos de soldados o milicianos, cantando himnos bélicos. Ese fue el gran engaño del siglo pasado, la revolución no es un acto; solo si la entendemos como proceso, estaremos en el camino de la recuperación ética del socialismo. El heroísmo militar, como la pasión erótica, son simples momentos, efímeros, fugaces, muy emocionantes, a veces, pero son simples actos. La revolución, en cambio, como el amor, son procesos que se deben construir con tesón y valentía, en el largo plazo, con equivocaciones y aciertos.
La película La Caída, que describe los últimos días de Hitler, en su bunker en Berlín, tiene como fondo dos cualidades que la humanidad, sumida en la ignorancia por las clases dominantes históricamente, muestra de forma continua: la candidez y la incomunicación. La candidez es la entrega de los pueblos a las fábulas y las falacias que los políticos les dan a diario. La incomunicación es la incomprensión de los pueblos de que entre el decir de los políticos y su real hacer, no existe ningún vínculo. En esta película, estas cualidades humanas son retratadas a través del personaje de la joven secretaria del genocida. En ella se presenta de la manera más cruda estas debilidades del ser humano. La secretaria ignora realmente quien es Hitler y cuál es su real obra, ignora sus crímenes, obnubilada por su pertenencia a un grupo de poder, de los cercanos al emperador, a su edad, su visión es sencilla y pavorosamente, cándida, de telenovela. El problema es que la telenovela que ella vive, tiene un final trágico, donde afloran todas las bajezas del hombre. Esta es la caída permanente del hombre: en todos los eventos bélicos, cualquier causa justifica el asesinato de otros hombres. Todos los eventos bélicos han servido siempre para la satisfacción de venganzas personales o para satisfacer deseos bestiales que afloran con frecuencia en los hombres y las mujeres. Esta película, entonces, no es simplemente la caída de Hitler, es la descripción de la caída permanente del hombre, en la tentación de asesinar a otros hombres. Si alguna lección debemos obtener de esta obra cinematográfica, que destaca en medio de la mediocridad de las producciones del imperio del norte, es que debemos reflexionar de nuevo sobre los conceptos de revolución y de socialismo, pero, más aún, debemos reflexionar en el problema de la incomunicación humana: ¿cómo vamos a romperla? Es triste ver como, en nuestro país, en las últimas elecciones, mucha gente que se ha pronunciado contra el mal llamado “tratado de libre comercio con Estados Unidos”, fue a votar por Óscar Arias. Así como muchos alemanes, incluso niños, apoyaron a Hitler, ignorando los horrendos crímenes que cometía. El problema es serio, podemos renovar los conceptos de revolución y socialismo, en este principio de siglo, pero, ¿cómo vamos a lograr que la gente los comprenda y los acepte? ¿Vamos a seguir haciendo discursos autistas, que solo nosotros escuchamos y medio entendemos? ¿Vamos a seguir haciendo como los grupúsculos leninistas que hacen periódicos para vendérselos entre ellos mismos, sin llegar nunca al pueblo que dicen es su causa? No nos entendemos entre nosotros mismos: la lección es que ni muchos de los partidarios de Hitler comprendían realmente las terroríficas políticas del nazismo, ni muchos partidarios de Arias comprenden realmente las consecuencias nefastas para el pueblo, de un gobierno del clan que este representa. Hay mucho que discutir y mucho que aclarar, pero, ante todo, debemos revisar nuestra relación con la gente sencilla y empezar a buscar formas de romper con los problemas de incomunicación, porque la revolución y el socialismo, como procesos, no son posibles sin la gente. Como dice la antigua secretaria de Hitler al final de la película: la juventud no es excusa, era posible encontrar la verdad.
San Ramón, 3 de marzo de 2006.
|