Dossier: La autogestión
- La definición de la autogestión por Franz Mintz
- Autogestión: filosofía de la libertad y práctica de la autonomía por Cristian Ferrer Toro
- Autogestión y autoritarismo por Comunidad del Sur
La definición de la autogestión
Franz Mintz
2006 señala a la par el aniversario de la revolución española (1936) contra el capitalismo y el de la insurrección húngara (1956) contra un gobierno pretendidamente obrero. Más que una narración descriptiva histórica, nos interesa la aportación que podemos sacar para hoy día. ¿Qué palanca puede acelerar la revolución? El partido izquierdista parlamentario, la guerrilla, el sindicalismo, los atentados y la represión, la actitud ética ejemplar, la fe y el bajo clero, serían la panacea que sustentan múltiples ideologías, como el anarquismo, el catolicismo, el liberalismo y el marxismo (por orden alfabético). En lugar de partir de la teoría, de los silogismos propagandísticos, vamos a arrancar de la realidad, dejando sentadas de paso nuestras convicciones, sin ocultar las insuficiencias ni los argumentos contrarios.
Los padres educan a sus hijos para que aprendan a vivir. La sociedad forma a los ciudadanos para que obedezcan y trabajen, pero no les enseña ni les prepara para administrar las instituciones. Las clases dirigentes se reservan esa función y la hacen para imponer sus propios intereses. Así se van repitiendo los escándalos de sobornos y corrupciones, incluso en los países de tradición democrática. A fines del siglo pasado hubo una cadena de sobornos ministeriales y de altos dirigentes en la casi totalidad de los países industriales y de los países subdesarrollados. Los escándalos salpicaron a la mayoría de los Estados: Francia, Alemania, Estados Unidos. Tampoco brindaron, en aquel momento, una impresión muy diferentes los estados del agonizante socialismo realmente existente. En China, ni el maoísmo ni el período actual han puesto punto final a los casos de explotación, corrupción y sobornos.
En todos los regímenes, los ciudadanos están al margen de las decisiones políticas y económicas fundamentales, sin control real. Por eso se sucederán aún durante mucho tiempo los sobornos y las corrupciones, y hasta se presentan como normales: “Un cierto nivel de corrupción parece inevitable en la vida pública de todos los países, pero a todos nos interesa que ese nivel sea lo más bajo posible.”
En un nivel contrapuesto, estamos lo que no queremos seguir así y luchamos por la emancipación de los trabajadores por ellos mismos. Pero este concepto ha sido y está siendo oscurecido por argucias y disquisiciones teóricas, incluso con falsificaciones históricas y quizás por la ausencia de una palabra común y clara. Lo mismo que todos los gobiernos se proclaman a favor de la libertad, y la entienden y la aplican de modo sumamente contradictorio, la emancipación de los trabajadores por ellos mismos sufre múltiples interpretaciones.
Tres grandes ideologías se presentan en cuanto a establecer el fundamento del orden social. La negación de la posibilidad de la emancipación del pueblo es la postura de la clase dirigente, con argumentos seudo científicos (inteligencia desigualmente innata), filosóficos (de La República de Platón a Nietzsche) e históricos (la constancia del liderazgo: de Jesús a Hitler). La negación de la capacidad inmediata de los trabajadores, sin la preparación y tutela de una casta superior, es la posición de los marxistas leninistas, que se fundan en argumentos científicos (behaviorismo y condicionamiento social), filosóficos (Lenin) e históricos (las revoluciones bolchevique, china, cubana). La última postura es la de los anarquistas que sustentan que los mismos trabajadores son capaces de dirigir y reorganizar la sociedad; para ello se fundan en argumentos científicos (la sociabilidad y el estímulo revolucionario), filosóficos (la permanencia del rechazo de la autoridad, desde los griegos – Carpócrates, Zenón – y La Boetie hasta hoy) y casos históricos (La Comuna de París, los soviets en la revolución rusa, la revolución española).
Nosotros nos situamos en la última categoría, amplio sector en que encontramos a cristianos, marxistas (Pannekoek, en parte Gramsci, Rosa Luxemburgo, Ernest Mandel), situacionistas, sindicalistas, individuos como Noam Chomsky, junto con anarquistas clásicos de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, o Abad de Santillán, Murray Bookchin.
La palabra actualmente aceptada para definir las tentativas de emancipación de los trabajadores por ellos mismos es “autogestión”. Antes se hablaba de bakuninismo, anarcocomunismo, comunismo libertario, gestión directa. Desde 1968 el término autogestión es el más cómodo, si bien lleno de ambigüedades. Para aclarar el problema, tres enfoques son necesarios: A. El historial del concepto. B. Los diferentes significados. C. Las fases socioeconómicas de aplicación; y los vamos a enunciar brevemente.
A. Historia del concepto:
Si desde Espartaco hasta hoy, los humildes y explotados siguen rebelándose, es durante la revolución francesa cuando las premisas teóricas se van fraguando. En 1792, los republicanos burgueses denunciaban a los “anarquistas” de París que querían que los diputados y obreros tuviesen el mismo sueldo; que decían que había dos clases “la de los que tienen y la de los que no tienen, los sansculottes y los propietarios”. En 1793, Jacques Roux afirmaba: “la libertad sólo es un fantasma baladí cuando una clase de hombres puede impunemente dejar hambrienta a la otra.” Y en el manifiesto de los Iguales de la conjura de Babeuf se lee: “Desparezcan, por fin, odiosas distinciones entre ricos y pobres, grandes y pequeños, amos y criados, gobernantes y gobernados.” Y Varlet escribía en 1794: “para cualquiera con capacidad de razonamiento, gobierno y revolución son incompatibles.”
La experiencia y la práctica revolucionarias dictaron los conceptos que elaboraron luego Proudhon y Bakunin, agregando la revocación permanente de los delegados por los trabajadores y ciudadanos de la base, la rotación de las tareas para evitar un desequilibrio o una nueva casta (ya prevista en la Política de Aristóteles), la federación de colectivos. Así, en 1864 la I Internacional se dotaba de estatutos – redactados por Karl Marx y ajustados por otros delegados – con el lema “la emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos.” Y en 1865, Bakunin preveía en un estatuto de sociedad revolucionaria: “Cualquier organización debe proceder de abajo hacia arriba, de la comuna a la unidad central del país, al Estado, por la vía de la federación”.
B. Significados:
Para determinar los distintos significados de la autogestión, hace falta ver la meta, el cómo lograrla y las tentativas en el terreno. “De modo estricto, hablar de socialismo autogestionario o asociativo es un pleonasmo, porque sin autogestión no hay socialismo.” Esta afirmación del yugoslavo Branco Horvat puede ser compartida por todos los socialistas, puesto que sitúan en algún momento de la historia la desaparición del Estado. Más detalladamente, el socialismo sería entonces: “la idea de consejo, autogestión y democracia directa; la superación de la propiedad privada sobre los medios de producción, así como de la esfera política dominante, que puede reproducir aún peor las relaciones capitalistas; la idea de la libre disposición del trabajo propio, con relaciones sociales consiguientes; de ahí la necesidad de la libertad de investigación, de ideas y de controversias”. (Predrag Vranicki)
Por otra parte y en intentos muy concretos, se engloban bajo el término autogestión, las cooperativas y la participación de los trabajadores en la gestión de las empresas, con criterios muy conformistas y sin un claro cuestionamiento al sistema dominante. Por eso, desde hace más de un siglo, anarquistas y socialistas en general, están en contra de tales experimentos. “(...) la cooperación, en la mayoría de los casos, será aplastada por la omnipotente competencia del gran capital y de la gran propiedad agraria; en los pocos casos en que, por ejemplo, tal o cual sociedad de producción, que estará funcionando más o menos cerrada sobre sí misma, consiga aguantar y superar aquella competencia, tal éxito sólo tendrá como resultado engendrar una nueva clase privilegiada de felices cooperadores en la miserable mas de los trabajadores. Así, en las condiciones actuales de la economía social, la cooperación no puede traer la emancipación de las masas trabajadoras. Sin embargo, tiene la ventaja de que, incluso hoy por hoy, van acostumbrando a los trabajadores a unirse, organizarse y a administrar por sí mismos sus propios asuntos.” Este último matiz de Bakunin en 1873 es importante, si bien es exacto que en la mayoría de los casos la participación obrera es una colaboración de clases y suavización de la explotación capitalista.
Sea como sea el origen de las distintas tentativas autogestionarias – recuperación, religiosa, capitalista, política o unión de individualistas, etc. – la práctica demuestra que los trabajadores terminan por sentir que pueden y deben alcanzar más, porque se sienten maduros, formados y alentados. La misma idea de autogestión es peligrosa para las clases dirigentes, pese a la experiencia de demagogia y de corrupción. Y en los países del socialismo realmente existente, cada choque de los trabajadores con la burocracia, fue acompañado de la reivindicación de la Comuna de París, de la capacidad organizadora y creadora de los trabajadores.
C. Fases de aplicación:
Insistiremos en algunos casos históricos más lejanos. Pero veamos si la autogestión es siempre posible. Karl Marx imaginaba que la evolución histórica seguía fases automáticas, pero cambió de parecer al estudiar el caso ruso. En el prefacio a la edición rusa de 1882 del Manifiesto escribió: “¿podría la comunidad rural rusa – forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra – pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, o la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disociación que constituye el desarrollo histórico de Occidente?” Y respondía que la simultaneidad de la revolución rusa y de la revolución en Occidente podría ser la solución.
De esta manera Marx adoptaba la postura de Bakunin de 1873 que al analizar el mir (comunidad rural rusa) como propiedad colectiva tradicional, señalaba tres ventajas: “Toda la tierra pertenece al pueblo”, el mir “distribuye la tierra de modo temporario, entre los comuneros”, tiene una “autonomía casi absoluta y al mismo tiempo una autogestión1comunitaria; aunque anotaba también tres inconvenientes: “el patriarcado, el aplastamiento del individuo por el mir, la confianza en el zar.”
Es evidente que así como es imprescindible que la autogestión nazca entre los mismos trabajadores para poder dar al traste de modo duradero con la explotación, es dudoso que esta autogestión se convierta enseguida en un modelo que responda a los cánones teóricos y librescos. Pero como forma anticapitalista y antijerárquica en el Tercer Mundo o en los países industrializados, la autogestión nos parece la forma adecuada para provocar cambios sociales radicales.
1 Hay que notar que en ruso y en serbo-croata, la palabra “samoupravlenie” tiene un uso corriente en el vocabulario social, con el sentido de “gestión local”, “autonomía”, lo que dista mucho a veces del sentido de autogestión. En el texto de Bakunin de 1873 nos parece que “obstinnoe samoubravlenie” se puede traducir por “autogestión comunitaria”.
Autogestión: filosofía de la libertad y práctica de la autonomía
Cristian Ferrer Toro
“Independiente porque nadie depende de mí. No soy esclavo porque no soy amo.”
Víctor Tausk
La autogestión es un vocablo que, desde hace unos 40 años, está gozando de un merecido prestigio entre aquellos intelectuales interesados en las transformaciones sociales hacia formas de sociedad horizontales, militantes de base, epistemólogos que trabaja en lo que puede denominarse “galaxia auto” (autonomía, autoproducción, autopoiaisis) cansados de la estéril disyuntiva entre proyectos sociales cuyo modelo de sociedad es altamente estatizado o aquellos otros que pregonan las buenas nuevas de la libertad del mercado. Creo que ya es posible aprovechar las enseñanzas de todos aquellos experimentos comunalistas y cooperativos, o de la abundante teoría sobre el tema, para comenzar a pensar en la autogestión como una herramienta indispensable de autoadministración social a fin de diseñar una América Latina libre de sus endémicas crisis económico-sociales.
Tres grandes constelaciones causales han catapultado esta palabra hasta nuestro interés:
- El desencanto por las promesas incumplidas de los procesos revolucionarios francamente adversos a la democracia directa, la creciente atención prestada a los resultados de los experimentos autogestionarios, la explosión de una cultura libertaria preocupada en el cambio de mentalidades y de vida cotidiana en la década de 1960 y que implicó el retorno al basismo, la autogestión de los conflictos sociales y la creación de organizaciones pequeñas autogestionarias y también “colectivos” de trabajo grupal y el impacto producido por la difusión del ideario “fourierista” del hipismo.
- La aparición de numeroso intelectuales de prestigio que comenzaron a prestar atención a distintas y múltiples dimensiones analíticas que propone la autogestión (Rene Lourau, Georges Lapassade, Fernando Savater, Murria Bookchin, Pierre Clastres, Félix Guattari, Cornelius Castoriadis, etc.) Las propias experiencias de autogestión que, breves o duraderas, han construido un saber práctico concreto sobre el tema, experimentos comunitarios, cooperativas de trabajo y producción, microempresas de escaso capital, grupos dedicados a todo tipo de actividades que se organizan sobre la base de la distribución igualitaria de poder, luchas sociales autoadministradas que evitan ser devoradas por macroorganizaciones.
- Por último mencionemos una creciente desconfianza hacia el Estado como dispositivo resolutor de las demandas sociales, lo que por un lado ha generado un auge sorprendente del liberalismo, pero, por otro también, alentó las estrategias de supervivencia populares a través de la experimentación autogestionaria. Sería interesante pensar cuanto hay, en las demandas de privatización, y en la expansión del discurso neoliberal, de demanda de autogestión cuyos partidarios harían bien en “torcerlas a su favor”.
Si bien hay autores que sostienen otra opinión1, creo que la idea de autogestión es descendiente directa y albacea actual aunque modernizada de las experiencias utópicas del socialismo consejista y libertario. Sería conveniente que se investigara en la riquísima experiencia histórica acumulada por sucesivos intentos horizontalistas, igualitarios y colectivistas, en los últimos 100 años, y en ese sentido, la Revolución Española resulta ser una inagotable cantera que recién se está comenzando a investigar. También en América Latina existe un historial hoy injustamente olvidado de experiencias cooperativistas y autogestionarias, pero, como bien lo ha hecho notar Ana Proietti-Boccol, aquellas experiencias difieren de las actuales porque las más cercanas poseen un carácter “defensivo” y no necesariamente alternativo2, luego, el Estado adquirió un rol benefactor sobre la sociedad y las experiencias que nos interesan adquirieron una creciente marginalidad3. De todas maneras, de nada sirve hacer paleontología a fin de encontrar fósiles y huellas pioneras de la autogestión ya que los desafíos que esta ideología y a la vez práctica social enfrente hoy responden a otras condiciones sociales e históricas.
El objetivo de este artículo, necesariamente breve, es tratar con aquellos aspectos que son generalmente “descuidados”, cuando se suele hablar de autogestión. Se le suele alabar como un instrumento que poseen los sectores populares para desafiar las crisis económicas, o bien se pone énfasis en que este dispositivo descentralizado es tanto o más eficaz que las megaempresas capitalistas para cumplir funciones productivas. Pero como no suele existir perestroika completa si no la acompañaba un soviet fraternal y su glasnot solidaria, creo que es pertinente escribir sobre ella, en tanto organizadora de la autonomía humana y constructora de una libertad auténticamente digna.
En esta dirección, la autogestión representa la continuidad de la antigua demanda humana de libertad, como opuesta a la historia de la humanidad en tanto sucesivas postas de dominaciones de unos sobre otros. Para ello deberemos hablar de la autogestión y sus vínculos con la distribución simétrica del poder, con la distribución igualitaria del trabajo y las posesiones sociales, y con la posibilidad de que constituya un medio para que el ser humano se libere del reino de la necesidad económica y pueda desarrollar capacidades humanas aún débilmente experimentadas.
1 Tal es el caso de Pierre Rosanvallon.
2 “Sindicalismo argentino y autogestión”, en La Ciudad Futura, N° 8-9.
3 El riquísimo historial de las experiencias anarquistas y socialistas de principios del siglo pasado, en campos tan distintos como la pedagogía, la organización sindical o las sociedades de socorro mutuos son ejemplos cabales de autogestión.
La democracia autogestionaria
Podemos definir básicamente a la autogestión como un modelo de organización social que se fundamenta sobre la posibilidad de que los propios habitantes o constructores de la organización decidan sobre las modalidades en que el organismo será gestionado. Esta forma de democracia directa, que implica la presencia en el lugar a fin de poder representarse a uno mismo, se encuentra tan alejado del domino estatal-burocrático sobre la sociedad, como del poder omnímodo de las megaestructuras capitalistas, y tanto define a un grupo de pocas personas organizadas en forma horizontal, como a un hipotético modo de producción autogestionaria, si nos permitiéramos apropiarnos momentáneamente del concepto acuñado por Marx y pensándolo como el extremo utópico de una sociedad sin desigualdades. En tanto sinónimo de autogobierno, se trata de una práctica social que testifica que los esqueletos jerárquicos son estructuras inapropiadas (teniendo en cuenta su eficacia para gestionar una sociedad en libertad) para construir u organizar a la sociedad. Por lo tanto, “el primer ámbito fundamental de autodeterminación colectiva no puede ser otro que la unidad asociativa elemental como el primer y fundamental ámbito de la libertad, no puede ser otro que el individuo y esta unidad debe ser a medida de asamblea.” (Bertolo; 1986: 4), y ello exige una descentralización general de las funciones hoy gestionadas por el aparato estatal o por megaorganizaciones privadas, a fin de hacer máximo el apogeo de la sociedad civil.
El objetivo es que la sociedad se apropie de sí misma y no permita que sus asuntos sean gobernados por instituciones que tiendan a exteriorizarse de su base transformándose en vértices privilegiados. En este sentido, el problema de la dimensión es vital para estos experimentos autogestionarios: nunca deben sufrir explosiones “demográficas” porque inevitablemente perderán control sobre sus propios asuntos. Es necesario diferenciar tajantemente estas prácticas del discurso liberal que solemos conocer: no se trata de privatizar al Estado, sino de que los medios de gestión y de producción en la sociedad los administren los propios interesados en tanto propiedad social. Un riesgo simétrico al liberal es el afán jacobino de la izquierda que ansia los vértices de la pirámide confiando en transformar al poder santificándolo en vez de renunciar de una vez por todas a él. De esta manera, al colocar la tarea gestionadora en las administraciones locales, los municipios y en la especificidad de las diversas organizaciones de base que nos podamos imaginar, estaríamos forjando una sociedad descentralizada que necesariamente impide la planificación centralizadora: ni plan económico general, ni decisiones políticas exteriores a los intereses de la base social o incluso planificación urbana que trate a una ciudad como una totalidad sin idiosincrasias locales. La regulación solo es posible en un nivel local, necesariamente descentralizado, cuyos habitantes conocen mejor que cualquier experto las problemáticas que les conciernen.
La autogestión no es un fin en sí misma, sino más bien un instrumento que permita pedagogizar a sus miembros en la máxima libertad posible: en la democracia directa. Cuando se la acepta como un fin, se adopta una perspectiva muy limitada como visión de los asuntos humanos, si en cambio se la admite sólo como un medio, se transformará en una “técnica” que intenta racionalizar la producción y las opciones sociales. Es por ello que es peligroso enfatizar su hipotética eficacia en tanto administración de la producción; este discurso de la eficiencia que ha plagado los actuales programas políticos oficialistas u opositores, debe ser ajena a la autogestión, la cual probablemente sea un instrumento adecuable solamente a otra estructura de necesidades de la población. Se trata más bien de la posibilidad de experimentar, construyendo formas organizacionales que son extrañas a principios burocratizantes o a intereses sectoriales: es la organización de la vida colectiva sobre nuevas bases igualitarias. Afirmar esto es pertinente porque no podemos soñar con organismos de este tipo que sean “eficaces”: el aprendizaje de la libertad, el apropiarse de la propia capacidad de decidir, de la propia vida y cuerpo, implica escaparse tanto de una ontología economicista-productivista, como de una programática estatista-autoritaria, para situar el acento sobre la ejercitación experimental de la autonomía. El celo puesto en el crecimiento productivo o el desarrollo económico de un país ignora que los fundamentos humanos son del orden de lo afectivo, lo erótico, lo lúdico. Una sociedad autogestionaria podría reclamar un tipo de modelo económico que si bien no reduzca el crecimiento, al menos no se sienta obsesionada por ello. El gran proyecto de una sociedad futura debe ser liberar a lo humano del trabajo, del reino de la necesidad y proporcionarle a éste un peso específico menos en la cantidad de actividad socialmente necesaria para gestionar las relaciones sociales. La autogestión es un medio para construir una estructura de necesidades (y de ser habitada por estas mismas necesidades) donde el ocio, los placeres, el desarrollo de las capacidades afectivas y creativas de los humanos constituyan la medida ontológica-antropológica y no el nivel de eficacia productiva o administrativa. Recordemos que el stajanovismo fue el vicio simétrico del taylorismo.
La pirámide y el círculo
Cuando pienso en una sociedad autoorganizada me remito a una sociedad que no posee reglas de constitución y dictaminadas desde organismos encargados de velar por la “salud” de la base social desde una dimensión superestructural, pero, asimismo es una sociedad que no conoce una prescriptiva legal o moral que sancione a los comportamientos que se desvíen de tales normas. Llegamos al problema fundamental que la autogestión trata de resolver: en la historia de la humanidad, la distribución asimétrica del poder ha sido la regla por excelencia que ha organizado las sociedades; en los momentos históricos convulsivos, cuando la base social se sublevaba contra ese poder dividido, inmediatamente se instauraba otro poder cayendo presa de los apremios estructurales que son inherentes a las formas piramidales, aún contando con las más sanas intenciones imaginables. La autogestión debe pertenecer al orden de lo contrainstitucional, de aquello que lucha permanentemente contra las fuerzas instituidas y las instituyentes de nuevos poderes y que defiende tenazmente la plena capacidad decisoria de la base social. La asunción de que es el ejercicio asimétrico del poder, la existencia de poder delegado por los individuos y la ideología de la necesidad de las jerarquías y de la autoridad (obviamente son los políticos aquellos que más están convencidos de esto, porque justamente legitima su función) lo que impide a la sociedad buscar sus propias reglas de autoconstitución, nos permite afirmar que la faena política de la autogestión consistirá en desactivar los instrumentos u organismos de imposición e instrucción de comportamientos y decisiones a fin de acabar con los grupos privilegiados que establecen reglas y se ocupan de hacerlas cumplir.
Lo anterior sugiere que las obligaciones deben ser reemplazadas por acuerdos operativos entre los miembros, sin duración obligatoria y con alta capacidad de reordenamiento en caso de ser necesario. Cierta regularidad en algunos acuerdos será necesaria en los niveles de coordinación supralocales o regionales y a la vez deben construirse ciertas reglas prácticas que permitan la rápida reorganización de sistemas y dispositivos que se demuestren inadecuados.
Al definir al ejercicio del poder como la problemática fundamental que la autogestión enfrenta, estoy afirmando que es un error entender al Estado como referencia central del problema: el Estado no es reflejo del poder de clase burguesa, aunque tampoco necesariamente su opuesto. Pero aún si pudiéramos imaginar “achicado”, cuasi desaparecido o descentralizado y eliminados los mecanismos de expropiación de plusvalía, podríamos no estar resolviendo el problema de la distribución asimétrica del poder, que no solamente antagoniza a las clases sociales, sino que, también, permite la dominación de los adultos sobre los niños, las desigualdades étnicas, sexuales, etc. Por ello, más que hacer un análisis de estructuras, de sistemas totales o buscar afanosamente los ejes de constitución de toda la sociedad, se hace imperioso analizar a las propias organizaciones e instituciones en donde surgen problemas en actos electivos o de ejercicio de poder.
Ciertas invariantes le son necesarias a los mecanismos autogestionarios: la rotación permanente en los lugares de liderazgo, la falta de división jerárquica de los puestos de trabajo, la máxima transparencia informativa, a fin de que todos puedan manejar la misma información en el momento de optar, la propiedad colectiva de la producción social, la ausencia de desigualdades o discriminaciones. No obstante, las matrices autogestionarias deben posibilitar la máxima libertad para experimentar inventando nuevas formas decisorias, o de distribución del trabajo. Lo fundamental es transformar los modelos de toma de decisiones de estilo centro-base o centro-periferia, hacia un organismo autogestor que sea el centro de las relaciones y decisiones que le conciernen: la emancipación no debe ser delegada en nadie. Algunos experimentos realizados por Heinz Von Foerster4 muestran que cuando un grado de desorden es introducido en grupos acostumbrados a una organización rígida y liderada, se ingresa a etapas de desintegración grupal, mientras que grupos autoorganizados sobre el modelo autogestionario, sometidos a grados de desorden más intensos que los acostumbrados son capaces de seguir operando, porque poseen una alta capacidad para reorganizar sus estados internos.
Estamos tan acostumbrados a que otros decidan por nosotros, a la existencia de la autoridad, al privilegio decisorio de la palabra del “experto” (que suele hacer una ecuación equivocada entre un saber específico y el poder de decidir a partir de este saber), y que distintas posiciones estratégicas sobre un mismo tema se resuelvan excluyendo algunas de las dos posiciones, de manera que la distribución igualitaria al poder en las nuevas organizaciones deberá parecerse más aun proceso de aprendizaje de la democracia directa, que a un decreto distributivo. Pero, aunque el igualitarismo deberá ser la matriz solidaria y democrática que le es imprescindible a la autogestión, no puede ser sinónima de ausencia de diferencias humanas: muy por el contrario, una sociedad autogestionaria deberá poseer el máximo de diversidad de costumbres, preferencias, modelos afectivos, eróticos, vocacionales, de modos de producción (individuales, comunitarios, colectivistas, cooperativistas): una sociedad libre es una sociedad compleja que permite el incremento de los grados de barroquismo social, a fin de que la novedad social y la multiplicación de posibilidades de opción sean la regla y no la excepción. No se trata de una sociedad que se instituye de una vez para siempre, sino que experimenta sobre sus mismas virtualidades: el problema estriba en cómo vincular adecuadamente la descentralización completa a nivel micro local con plena capacidad de decisión con las formas regulativas necesarias que deben coordinar las autogestiones regionales.
Al ser pensada como una nueva forma igualitaria para regular el ejercicio del poder (especialmente en la práctica colectiva de las decisiones) se intenta resolver la separación tradicional entre dirigentes-dirigidos, y la creciente autonomización que suponen los poderes delegados a través de la participación personal en las asambleas decisorias. La autogestión solo es viable si opera a través de la máxima libertad de pensamiento y de expresión, a fin que ninguna opinión pueda quedar insatisfecha. Por ello, la relación entre medios y fines es fundamental, porque no cualquier método sirve para constituir organizaciones libres; la elección de los fines condiciona ineludiblemente a los medios a utilizarse; la autogestión contienen inherentemente a la libertad.
La incapacidad de pensar al poder como verdugo de la libertad, ha encandilado a sucesivas generaciones de intelectuales y políticos con la posibilidad de utilizar el poder piramidal para favorecer al pueblo. Hoy sabemos que es necesario inventar mecanismos que neutralicen la posibilidad de que un sujeto o grupos social sea afectado en su autonomía. La imagen geométrica del círculo es más adecuada como modalidad de potenciar estructuras libertarias: la asamblea y el pequeño grupo, como lugar de elaboración de decisiones y el consenso a partir de condiciones igualitarias, como modo de elaboración de decisiones; por otra parte en lo que concierne a la naturaleza de las decisiones debe prestarse atención a “las condiciones de posibilidad de un tipo de decisión cuyos efectos solo comprometan y afecten a los que consienten a ese proceso decisorio, es decir, cuyas consecuencias sean controladas y selectivas, a fin de que sea un tipo de decisión que no hiciera participar en sus consecuencias, incluso indirectas, a aquellos que no lo desean.” (Ibáñez; 1983: 121). La libertad de un sujeto debe estar medida por su capacidad para practicar su autonomía y para multiplicar sus opciones: estas opciones no deben entenderse solamente como transparencia informativa o como plena capacidad de decisión, sino también a la posibilidad de cambiar y despistar de los circuitos de recorrido rutinario de los sujetos, contemplando de esta manera la movilidad espacial de un sujeto por todo el territorio social (intersectando a través de distintas vocaciones, identidades, placeres, trabajos, grupos, etc.) En nuestras sociedades, ya desde la familia o la escuela primaria, las informaciones suministradas a los sujetos, resultan ser instrucciones que moldean y determinan las identidades, construyendo los propios criterios decisionales del sujeto. La tarea de una pedagogía de la libertad supone potenciar la autoestima de los individuos, reforzarles sus propios criterios éticos de comportamiento en contra de las obligaciones morales generales, y permitirles estar alerta cuando los individuos tengan el sentimiento subjetivo de que su libertad está siendo limitada o manipulada.
Aún cuando asegura mayores grados de participación y autonomía, los organismos autoadministrados no implican la ausencia de conflictos. Soñar con inmóviles paraísos libertarios donde el amor todo lo puede, es el privilegio de un dios totalitario; por el contrario, vivir es sostener una tensión improbable con nuestras condiciones de existencia y la autogestión no es una pócima mágica que todo lo resuelva. Lo único que la autogestión puede asegurar es que las divergencias conflictivas consigan llegar a un punto óptimo de consenso e impidan que aquellos disconformes con las decisiones se separen de la organización. En la historia de Occidente, lo múltiple siempre ha sido reducido a lo uno, en la historia a ser escrita de la autogestión los unos conviven en lo múltiple sin intentar llegar a una unidad monoteísta. Por todo esto, decimos que la autogestión deberá pensarse como ligada indisolublemente a la conducta solidaria de los miembros y a la búsqueda intensa de las formas más libertarias posibles: no vincularlas implican caer en otro tecnicismo más en donde se transforma en un instrumento para producir industrialmente, aunque en forma micro local: perestroikas sin glasnost.
4 Self administration systems, Berkeley Press: 1985.
Las tecnologías apropiadas
La distribución desigualitaria del trabajo, el trabajo obligatorio no vocacional, las escalas estratificadas de sueldos, las tareas socialmente prestigiadas: estas son algunas de las lacras heredadas por nuestra sociedad. La autogestión permite, en primer lugar, poder participar en la planificación y organización del trabajo, poder de decisión sobre las modalidades de producción (qué se va a producir, cómo, con qué criterio de necesidades sociales, etc.) y apropiación colectiva de la producción. Pero, además, el reparto equivalente de las responsabilidades instituyendo criterios de rotación y revocación a fin de que todos puedan ejercitarse en los lugares de responsabilidad. La rotación de tareas o el trabajo social obligatorio, pero sobre todo la construcción de una sociedad a escala humana (como una novedosa estructura de necesidades y con modalidades de distribución laboral que no obliguen a sus habitantes a realizar tareas que les disgustan) es lo que permitirá concluir con la milenaria y desigual dupla trabajo directivo-trabajo de ejecución. Esta integración del trabajo manual y del intelectual, ejecutivo y organizativo, evitará la adopción de escalas salariales separadas por abismos e impedirá la obligación actual que tienen las clases desposeídas de hacer los trabajos desagradables y penosos. Pero, sobre todo, al desestimar a las pirámides como modalidades de organización social, se desactivará también la carrera desesperada por llegar a ser “alguien” en la sociedad, por llegar alto hasta niveles de consumo de bienes onerosos: la estética de las uñas y de los dientes.
Ninguna tecnología material o tekhné mental o afectiva es neutra: se adecuan al modo de producción o a la formación social de poder existente. Las finalidades sociales perseguidas por la autogestión precisan asimismo de instrumentos adecuados: no existen reactores atómicos humanistas, por más que puedan autoadministrarse o fábricas de armamentos progresistas autoorganizadas, ellas son intrínsicamente inadecuadas para una sociedad libre. Todas las herramientas sociales, tecnológicas, mentales o afectivas y las de gestión y administración de organizaciones, deberán poseer un carácter “blando”, lo cual no representa una petición de principios, sino el convencimiento de que un hipotético modo de producción autogestionario exige instrumentos sociales que no le sean neutros. Es probable que ciertos imperativos técnicos que se usan actualmente en el Estado y la industria, favorezcan la división jerárquica del trabajo: la autogestión deberá proporcionar algo parecido a las “herramientas convivenciales” de Iván Illich o los “instrumentos polifuncionales” de Murria Boockhin. Todo software a utilizarse deberá ser no centralizador y servir solo para interconectar necesidades locales.
Aquellos que supongan que los fines justifican los medios caerán en la paradoja mencionada por Pierre Rosanvallon: “Quería el socialismo, encontrará la tecnocracia; quería la igualdad, hallará la jerarquía; quería la autogestión, topará con la burocracia; quería comprender, hallará una jerga; quería una comunidad, hallará ciudades-dormitorios; quería trabajar con alegría y tendrá que conformarse con la monotonía abrumadora.”
El regionalismo, habitat de la libertad
La división territorial adecuada a la autogestión es la separación por regiones definibles a partir de idiosincrasias étnicas, históricas, culturales, geográficas que les sean comunes. El objetivo es construir modelos regionales de administración social; pueden ser municipios, barrios, ecosistemas provinciales, comunidades locales o incluso asociaciones de consumidores: las cuales, a su vez, se intersectan en distintos dominios de interés. El problema de la dimensión es clave, a fin de construir conjuntos sociopolíticos solo administrados por grupos locales: es imposible construir sociedades libertarias de millones de habitantes o empresas de producción con miles y miles de empleados, inevitablemente se producirá una exteriorización del poder delegado y comenzarán a instituirse formas burocráticas y estatizadas. Pierre Clastres ha investigado desde al etnología los procesos tribales en los cuales las explosiones demográficas o la creación de organismos privilegiados (guerreros, liderazgos permanentes) guían el camino hacia la división jerárquica de la sociedad.
Las economías a escala la urbanización comunitaria de las ciudades, la descentralización del poder, la “desurbanización” de las macrociudades deberán insertarse en estructuras regionales construidas a partir de identidades ya sedimentadas, evitando la creación artificial de “unidades nacionales” que solo terminan produciendo una balcanización bélica, o la interminable desdicha africana intertribal o bien una complejización desordenadora del territorio que es resuelta manu militari.
La desaprobación redistributiva
La autogestión supone la propiedad social o individual (dependiendo si son formas de producción colectivas o individuales) de los medios de producción, lo cual no quiere decir nacionalización o estatización de la economía. Esta propiedad social está atravesada por su consecuente planificación democrática. Pero el asunto es más complejo, porque si bien podemos definir a una empresa como todos aquellos que en ella trabajan, lo que hay que expropiar son también procedimientos de fabricación, sistemas de organización laboral, dispositivos de información, modalidades de ejercer la autoridad, modos de relacionarse afectivamente en los lugares de trabajo, es decir, no se puede expropiar una estructura material que en nuestras sociedades solo genera desigualdad y alineación: es necesario mutar su naturaleza. Rosanvallon está en lo cierto cuando afirma que hay que arrancar a la fábrica el monopolio de la producción de bienes y reemplazarla por una miríada de formas de producir (incluso por algunas hoy consideradas anacrónicas) que deben coexistir a fin de distintas modalidades de inserción en organizaciones autogestionarias. En otras palabras, desarrollo económico y producción industrial no es lo mismo.
Por otra parte, es necesario apropiarse de todo un saber experto sobre la gestión de la producción o la sociedad, a fin de evitar el monopolio de los expertos: esto implica, por un lado, separar el saber específico de una persona de su capacidad de decisión, que no son sinónimos, y por otro lado, construir formas organizativas y productivas que no precisen de una capa de expertos.
En principio, la autogestión se opone a la propiedad privada, mas no a la propiedad individual. La práctica de la autogestión disuelve hasta sus últimas consecuencias la ideología de la propiedad: todos-nadie es dueño-propietario de los medios de producción disolviéndose así el dominio. En América Latina las posibilidades de instituir una autogestión generalizada son remotas todavía, pero no se deberían impugnar, mas bien alentar todo tipo de experiencias que instituyan un tejido de organismos autogestionados, tendiendo a desapropiar y redistribuir las posesiones sociales y el ejercicio del poder en una modalidad igualitaria. Las estructuras monopolistas y transnacionales del capitalismo tradicional y las empresas que concentren sus estructuras productivas están asimismo en vías de extinción: la descentralización empresarial y productiva parece resultar más eficiente en esta etapa de la reproducción del Capital. Probablemente vamos a conocer numerosas formas de autogestión que abarcan desde las micro unidades empresariales hasta sistemas de cogestión obrero-empresariales. Poseer cierta cuota de autogestión al interior de sistemas autocráticos o “establecer un tercer sector cooperativista de la economía dentro y por debajo de los otros dos sectores hegemónicos y verticalistas.” (Guiducci; 1980) pueden resultar coartadas para dominar por otros medios, pero no debiera impugnárseles totalmente por cuanto pueden llegar a anticipar experimentando formas más libertarias de gestión. Estas formas son más convenientes cuando la apropiación por la base se realiza a nivel de organismos barriales, municipales, comités escolares y sanitarios o asociaciones basistas.
La metamorfosis cultural
Si uno pensara en un sistema de experimentos autogestionarios federados y generalizados, inevitablemente debe pensar en cómo llegar a conseguirlo. Hay una sola respuesta, la autogestión es una mutación de la racionalidad dominante en nuestras sociedades: por ejemplo, para que los habitantes puedan autoorganizarse es preciso que se desprestigie el concepto de autoridad, que ocurra una mutación simbólica hasta ahora desconocida por la cual los sujetos humanos desconfíen de mesías, Estados benévolos o en la necesidad de niñeras institucionales. Esta mutación simbólica produce a la vez cambios materiales en el mundo de la producción, la familia, las relaciones de pareja, etc. La competencia es otra de las muchas prácticas conductuales (consumismo, rencor, culpa, sexismo) que deben sufrir una transformación a fin de que la cotidianeidad social genere isomorfismos igualitarios entre los miembros de los organismos institucionales o los grupos autoadministrados. La comunicación a partir del conocimiento mutuo entre los miembros (sin referirnos con esto a las habermasianas transparencias comunicativas o a cualquier beata ideología de las “buenas ondas”) debería ser un modelo relacional ideal, aunque no debe suponerse por esto, la utopía de la comuna maternal y autosuficiente: las obligaciones morales que solemos conocer, ya que los espacios de libertad deben ser cuidados permanentemente, así como se debe proteger a todos los que no quieran organizarse autogestionariamente o a los pocos gregarios. Lo fundamental es la creación de un tejido social intrincado y superpuesto en distintas dimensiones por múltiples formas de asociaciones, mutualidades, afinidades, autogestiones: un palimpsesto descentralizado.
Un presupuesto fuerte es que la minimización u obsolescencia de las instituciones verticales y autoritarias permitirá que afloren todas las capacidades y potencias creativas de los individuos y de la comunidad. A salvo de vicariatos e instructores institucionales, la ontología comunitaria subsiguiente es una tarea social “heroica”: la autotransformación del propio mundo de la vida.
Los debates sobre los procesos de transición hacia sociedades más libres suelen enfatizar esos momentos agitados de la historia que son los acontecimientos insurreccionales, olvidando la lenta y casi sorda preparación de diversas prácticas sociales alternativas y a los cambios de mentalidad que van sedimentando una tierra fértil para expandir estas mismas prácticas novedosas. La construcción de una cultura más democrática, antiautoritaria y dispuesta a admitir en forma general los ideales autogestionarios germina en el mismo seno de una sociedad aún desigualitaria. No es posible colocar como condición sine qua non a la”revolución”, porque se estarían impugnando los actuales experimentos autogestionarios (las pequeñas empresas, las cooperativas barriales, las comunidades de producción y vida en común, etc.): la cultura es la que cobija el acontecimiento y no el evento estelar el que funda a toda una época: la lenta pedagogía libertaria que deberá permear en nuestro pueblo antes que podamos realizar plenamente la máxima libertad que implica el aprendizaje y práctica de las técnicas mentales, afectivas y materiales adecuadas a una sociedad autoadministrada. Esa sociedad no puede ser construida por decreto de un Estado revolucionario o por gobiernos que decretan modelos institucionales de autogestión reglamentados por ley; tan solo puede ser generada por la cultura actual, experimentando en las condiciones locales de asimilación de estos dispositivos igualitarios. Las epistemologías de la dominación se han fundamentado en la incapacidad de poder pensar por fuera de la unidad y contra el poder; la emergencia y consolidación de las jerarquías fue acompañada de la división social económica en clases, por la distribución asimétrica del poder y por el uso de tecnología jerarquizadora; la economía humana de las necesidades medida solamente por la satisfacción del hambre o la mera autoadministración eficaz de los bienes institucionales o empresariales debe ser superada por una sociedad más lúcida, más creativa, más libre.
La autogestión debe ser a la sociedad como lo que la virtud, la ética y la bondad de corazón son al ser humano íntegro.
Bibliografía
Bertolo, Amadeo. La gramínea subversiva: la autogestión. Revista Comunidad, N° 54/55, Estocolmo, 1986.
Bookchin, Murray. Ecology of freedom. The emergence and dissolution of hierarchy. Cheshire Books, Palo Alto, 1982.
Guiducci, Roberto. Autogestión y división del trabajo. Revista Bicicleta, número especial sobre Autogestión, Barcelona, 1980.
Ibáñez, Tomás. Poder y libertad. Estudio sobre la naturaleza, las modalidades y los mecanismos de las relaciones de poder. Ed. Hora, Barcelona, 1982.
Illich, Iván. La convivencialidad. Ed. Barral, Barcelona, 1972.
Lapasssade, Georges. Grupos, organizaciones e instituciones. La transformación de la burocracia. Ed. Gedissa, Barcelona, 1977.
Lourau, Rene. El Estado y el inconsciente. Kairos, Madrid, 1980.
Lourau, Rene. Autogestión e institución. Revista Fahrenheit 450, N° 1, Buenos Aires, 1986.
Rosanvallón, Pierre. La autogestión. Ed. Fundamentos, Madrid, 1979.
Varios autores. Crisis, autogestión y nuevas formas de producción social. En La Ciudad Futura, N° 8/9, diciembre, 1987.
Varios autores. La autogestión, el Estado y la revolución. Ed. Proyección, Buenos Aires, 1969.
Varios autores. Interrogations sur l’autogestion. Atelier de creation libertaire, Lyon, 1979.
Varios autores. Revista Volontá, número especial sobre la autogestión, Milán, julio/octubre 1979.
Autogestión y autoritarismo
Comunidad del Sur
Bases para una sociedad autogestora
• En lo económico social:
- En general, la cuestión económico social debe decidirse con un doble criterio: el de la emancipación del hombre en el plano de la creación o la creatividad, y el de la justicia en el plano del consumo y reparto. Como productor, el hombre debe reclamar su libre y responsable iniciativa en la contribución diaria al acervo común. La liberación y también la eficacia humana, resultan primordialmente de la responsabilidad creativa al nivel del trabajador mismo. El reparto debe adecuarse a las necesidades, entre hombres desprovistos de poderes para imponer desigualdades. En consecuencia: trabajo humanizado por autogestión productora, contra trabajo enajenado.
- La socialización es dar a los medios instrumentales de producción su destino natural, como herramientas de los grupos que las operan. Esos grupos “a necesaria escala humana” – son los núcleos intermediarios y autónomos en que han de ubicarse y desarrollarse solidariamente en el plano productor – las potencias de los hombres. En consecuencia: socializar es atribuir a tales grupos la disponibilidad de sus útiles, contra cualquier expropiación – ostensible o disimulada – a favor de clases privilegiadas, tecnócratas o aparatos políticos.
- La planificación debe ser el programa colectivo, dictado por la voluntad política de la comunidad, en vista del bien común. Propuesta – no impuesta – a la espontánea colaboración de hombres y grupos. En consecuencia: la planificación de información o indicación, contra despotismo planificador y contra centralización subrepticia en el neo-capitalismo de grandes unidades.
- En la perspectiva revolucionaria, el desarrollo económico es una de las dimensiones de la tarea mayor de promover al hombre. Considerar aquél desarrollo como fin en sí, es una actitud reaccionaria, cualquiera sea su origen, en cuanto procura facilitar con mejoras de consumo relaciones de servidumbre.
- En esa misma perspectiva, la función educacional debe perseguir el desarrollo del espíritu creativo de todos y su inserción en la vida social, por responsabilidad comunitaria sin egoísmo competitivo. Y debe fomentar la libertad esencial de la cultura. En síntesis: dotar al hombre para resistir cualquier “miedo a la libertad”.
• En lo político-social:
- Estructurar la sociedad a partir de los agrupamientos básicos de la misma, buscando la participación más activa de sus integrantes y eliminando el dominio político de unos sobre otros.
- Administración descentralizada de los intereses sociales, en un sistema dinámico y de control directo por parte de los directamente involucrados.
- Organización federalista en el conjunto de los problemas de la sociedad, integrándose a distintos niveles y por actividad.
- Supresión del militarismo, no solo por lo que significa como creador de un espíritu autoritario, nacionalista y como elemento opresor, sino también por la carga económica.
- Búsqueda de formas de relación, coordinación e integración con los pueblos hermanos de América Latina, para solucionar problemas comunes en un orden regional o continental o mundial, destruyendo las fronteras estatales autoritarias, unívocas y rígidas.
La autogestión como medio
Al plantearnos la autogestión lo hacemos a dos niveles: como medio y como fin. Aunque estos están íntimamente relacionados, en el sentido de que los medios tienen que estar empapados de los fines y que estos sean consecuencia de los medios, ya que es difícil imaginar que la libertad pueda ser consecuencia de la negación de la misma.
El problema actual está en encontrar y dar vida a formas sociales que consagren el protagonismo de todos, es decir, que ha de ser posible que todo hombre asuma la responsabilidad de su quehacer social en condiciones de libertad creadora.
La autogestión como medio de transformación social se basa en el principio de que toda acción político-social reposa en una interacción creativa entre hombres agrupados. En ella se originan las ideas, se seleccionan y depuran, se toman las decisiones y se las lleva a la acción.
Al plantearnos la autogestión como una forma de transformación que ya se puede concretar ahora y aquí, postulamos nuestra creencia de que la manera de destruir radicalmente un tipo de organización y relación es reemplazándola por estructuras diferentes. La creación de un orden nuevo es lo que puede destruir a fondo el antiguo estado de cosas. Esto no excluye las etapas. Pero sí debe haber un modo de organización transitorio: es necesario que este haya roto con el viejo espíritu y el viejo tipo de relaciones, que la organización se haga fuera de toda orientación centralista y autoritaria. Para ello se necesitan condiciones elementales: hombres preparados en la iniciativa, en la gestión colectiva; organizaciones sociales activas y eficaces, bien ligadas los unos a las otras, capaces de tomar el relevo para responder a las necesidades de la hora y para echar bases sólidas de una sociedad socialista y libertaria.
Sintetizando, la autogestión como medio de transformación promueve relaciones diferentes entre los hombres. Y la tarea es crear desde ahora, organismos autogestores que reanimen la vida social, familiaricen a los hombres con los problemas socio-económicos y que puedan en un momento de ruptura, convertir esto en revolucionario y constituir la base de la nueva organización social.
Todas estas disponibilidades han sido históricamente negadas al predominar la explotación del hombre por el hombre, dando lugar al acaparamiento por parte de unos pocos, del poder político y económico. La técnica de la administración se ha basado, en consecuencia, en el centralismo, siendo su resultado inmediato, la burocracia.
El centralismo
Lo característico de la centralización es que todos los conductos, entre la cúspide, donde mora el poder político y económico y la gran base social, solo son vías de captación y dirección a disposición de aquella. Los hombres de la base están privados de toda forma de control y responsabilidad; han quedado limitados a la tarea de encontrar y conservar su pequeño sitio de usufructo dentro del inabarcable aparato. Se desarrolla en ellos una óptica individualista; poseer más y más cosas, consumir más, llegando a lo que decía Marx: “el lugar de todos los sentidos físicos y mentales ha sido usurpado por la autoenajenación de todos estos, por la sensación de poseer.” “La propiedad privada nos ha vuelto tan estúpidos e impotentes que las cosas solo llegan a ser nuestras si las tenemos, o sea si existen para nosotros como capital y las poseemos, las comemos, las bebemos, esto es, las usamos. Somos pobres a pesar de nuestra riqueza, porque tenemos mucho pero somos poco.”
Esta enajenación del individuo hace que no pueda concebir un mejoramiento de su condición más que a través de caminos individuales. La orientación del aparato (centralista y burocrático) es fomentar el consumo individual, impidiendo la creación de una conciencia colectiva, desviando hacia la esfera individual la satisfacción de todo tipo de necesidades. Se convierten así, en vías de evasión y de repliegues sobre la esfera privada, que son satisfechas de buen o mal grado por el sistema, a los efectos de no tener que hacer concesiones más fundamentales (de orden político) o para impedir la politización de los descontentos.
Resumiendo entonces, podríamos decir que las consecuencias de una organización social piramidal, es que el individuo es despojado de toda posibilidad real de decisión, tanto en la esfera del trabajo como en todas las demás esferas de la vida. Y como consecuencia se da el repliegue a la esfera privada, sentido como única esfera de soberanía.
Crítica a la autogestión como medio
Al igual que los individuos, los grupos se escapan a la influencia esterilizante de la situación social y política actual. Esta esterilización se puede expresar en la integración al régimen o al aislamiento. Por un lado, la integración al régimen se da por el abandono de los valores que la motivaron. Al nivel del trabajo ha significado que muchas empresas se hayan reducido a atender las necesidades de sus integrantes, pero determinadas por el régimen dominante. Facilitan de esa manera la ascensión en la escala social, pasar de la condición de obreros a pequeños burgueses, con todo lo que eso significa como afirmación de los valores del sistema.
Otro tipo de autogestión, la acción directa de los sindicatos, ha perdido poco a poco su postura revolucionaria de que “tienen que ser lo obreros lo que guíen el tren”, como dice la Internacional, para pasar a una lucha reivindicativa puramente económica, que asimila a los obreros al régimen a través de un mejoramiento del “nivel de vida!. De la toma de las fábricas se ha llegado a la franca colaboración con el mejoramiento de la maquinaria del régimen.
Otro peligro importante es el aislacionismo, que lleva a los grupos aislados a cerrarse, alejándose del resto de los movimientos que persiguen los mismos fines, tratando de lograr un estéril perfeccionamiento interno y creyendo que es posible llegar a una sociedad socialista y libre, por mera agregación de individuos a las pequeñas comunidades formadas dentro del sistema capitalista. Olvidando lo que señalaba Kropotkin: “Cada intento socialista de variar las actuales relaciones entre capital y trabajo será un retroceso, si descuida la tendencia a la integración.”
Tenemos que entender que la autogestión no es solo una forma de organización que se da en pequeños grupos específicos (cooperativas, comunidades) sino una forma de encarar los problemas comunes en todo momento y en cualquier lugar. Entendida como una respuesta vital y significativa, como un asumir la total responsabilidad por sí mismo y con los demás, es la tarea aquí y ahora, en las fábricas, en los centros de estudio, en los barrios, allí donde la gente se encuentre y comparta sus necesidades o problemas. La extensión y profundidad de sus logros dependen de muchos factores, pero tanto como realización, como proyecto, nace en todo intento humano por eliminar intermediarios, parásitos o estructuras sobreimpuestas.
Se anota otro peligro de desviación o desvirtuación. Las experiencias aisladas, en su intento de sobrevivir en la hostilidad ambiental, pueden caer en pautas autoritarias o en estructuras jerárquicas, que vuelvan a empobrecer la realidad social al reponer en manos de técnicos o administrativos, lo que debe ser tarea de todos: la orientación y gestión más general y determinante.
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