De la crisis del sistema electocrático a la protesta social.
Una de las características que se ha expresado en las últimas campañas electorales, es la tendencia marcada de aumento relativo del abstencionismo. En la contienda eleccionaria actual (2005-2006) se ha consumado como un hecho irrefutable el desencanto, el repudio e incluso el rechazo hacia los grupos electoreros, la propaganda proselitista, los discursos y la demagogia de todos los tintes. La mayoría de la “ciudadanía” instrumentalizada para votar y la población en general, manifiesta descontento o desinterés, por el cinismo, la ambición y el oportunismo de políticos de todos los tonos empeñados en reeditar otro decadente capítulo de manipulación de la conciencia y utilización de las necesidades, los problemas y la pobreza de los diferentes sectores populares con sus pretensiones por ocupar o retomar puestos de poder y de esa manera mantener la hegemonía de las clases sociales potentadas que han dictado el dominio por medio de mecanismos electivos bajo su control y los cuales han estado muy lejos de constituir una democracia representativa y mucho menos participativa y popular. Al pueblo siempre se le usó, mediatizando su auténtica voluntad, para legitimar el mando del Estado, pero sus verdaderos intereses, derechos y demandas, nunca estuvieron realmente representados en el partidarismo electorero ni en las gestiones gubernamentales de turno.
Nunca como ahora se puede afirmar que el modelo electocrático implantado por las clases dominantes costarricenses se encuentra en bancarrota, se continua resquebrajando y muestra síntomas de hundirse en el colapso total. Simplemente observar como la decrepitud de la contienda, desinfló todo intento por enrolar a las masas en semejante charada, sostenida a duras penas en la podredumbre de la misma agotada propaganda, en las farsas de siempre y en la palidez de planteamientos, muy a pesar de los centenares de millones de dólares de las transnacionales, la “deuda política” y el gigantesco presupuesto del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), que pagamos todos. El frío de los fantasmas de la debacle se cierne sobre los llamados políticos mayoritarios o minoritarios, ya había empezado a rondar en las denominadas rondas primarias. Ese deterioro irreversible se empieza a vislumbrar cuando en todos los procesos primarios se entierra prácticamente al bipartidismo, agrupado en el PLUSC; y el Partido Acción Ciudadana (PAC) se niega a una rueda de votación directa para designar sus candidatos, a solicitud de la naciente Unión Patriótica (UP), con lo que ambas partes mutilaron a ciencia cierta sus opciones.
Para nadie es un secreto que el grueso de las urnas en las primarias del Partido Liberación Nacional (PLN) quedaron vacías y Arias montó las distritales fraudulentamente. En todo caso, ya era un candidato de ipso e inconstitucional, fabricado a la medida de las transnacionales y la embajada USA, en los “laboratorios” de la sala IV y con el concurso de magistrados que le dan vía libre a la reelección. Sería sin duda un acto inmoral, inconsecuente y desleal con la política como ciencia o práctica socio-histórica, con el compromiso de lucha, con la obligación de responder a los desafíos de la transformación social, constituiría una afrenta a la inteligencia y la dignidad, validar una votación denunciada por irregularidades de parcialidad, fraude e inconstitucionalidad, por personajes como Luis Alberto Monge y Alberto Cañas, claros representantes de la élite política o condenada por arbitrariedades antidemocráticas y violatorias de los derechos políticos a la agrupación Rescate Nacional. No existe justificación alguna para avalar el modelo electoral entrado en deterioro terminal como expresión de la aguda crisis política que los grupos gobernantes acusan, precipitando su propio sistema político y régimen de dominación, con lo que ha sido una sintomática práctica histórica de corrupción, saqueo, entreguismo, gobiernos clasistas y distorsión intencional y flagrante del carácter supuestamente democrático de funcionamiento del orden establecido.
Más aún desembocaría en lo absurdo participar de cualquier forma en un proceso al cual amplias masas que significan una mayoría innegable, han refutado, le han dicho no de distintas formas, en una constante protesta tal vez un poco ingenua o instintiva en algunos casos o efectivamente contestataria y consciente en otros; supondría como colocarnos a la zaga de contingentes sociales que correctamente se niegan a caer más en la trampa de las elecciones, se revelan ante el ilusorio papel del voto para el pueblo y desobedecer para no ser como tantas veces víctimas de la extorsión, la burla, las mentiras y la retórica de una representatividad amordazada y maniatada con los grilletes institucionales de la legalidad aplicados por supuesto por los sectores y clases sociales que ostentan el poder.
La descomposición del sistema político y su mecanismo eleccionario es tal que en los tiempos que corren, se urden presiones, ardides y amenazas solapadas o esgrimen el recurso del burdo chantaje con seudo-argumentos distractores, tendenciosos y que tergiversan acontecimientos históricos. Algunos han dicho “que realmente está en juego si seguimos apostando por un modelo de desarrollo solidario pese a los maltrechos que están las instituciones sociales que han venido garantizando el llamado estado social de derecho”, torpedeadas por un “saqueo sistemático desde una casta política tradicional”. “Por eso para moverlos del poder hay que movernos a votar.” Por el contrario, si vamos a votar los perpetuamos en el poder. El muy manoseado estado social de derecho no es más que el resultado de una política reformista impulsada por el neo-populismo – socialdemócrata o socialcristiano – respondiendo a una estrategia para tratar de contener el descontento y la revuelta social, mediatizando con tácticas de concertación, la negociación economicista y las reivindicaciones coyunturales, la fortaleza del movimiento popular. Por lo demás, el trillado “modelo de desarrollo solidario” se sustenta y fue articulado sobre conquistas de obreros, campesinos y trabajadores en general, logradas en luchas que costó mucha sangre y sacrificio y de ninguna manera responde a regalías o a la actitud solidaria de la oligarquía y de los políticos empresarios. En todo caso, las condiciones de explotación, discriminación e injusticia se han mantenido y agravado con el pasar de las décadas en nuestra sociedad, porque es claro que el sonado “modelo solidario” no ha sido la solución a los problemas del pueblo. De lo que se trata es de promover un cambio estructural que transforme desde sus cimientos el orden social, para derrotar el capitalismo dependiente y alcanzar la justicia social y consolidar una nación soberana y es absolutamente claro que no es por la vía electoral que derrotaremos a las clases sociales hegemónicas ni a los sectores neoliberales ni a los empresarios políticos, candidateados en el presente ring electorero.
Afirman también, que es necesario votar para derrotar el “tlc” que, “sepulta nuestra institucionalidad democrática y nos condena por siempre a la exclusión social, al subdesarrollo”. En nuestra opinión, esa lógica no resuelve, ya que la institucionalidad y democracia de arriba son los soportes de esa exclusión. Dicen también, “si no salimos a votar, indirectamente también les estaremos dando ventaja a los candidatos que apoyan ese tratado, pues con un número menor de votos pueden ser elegidos, para que se consume el asalto final a la institucionalidad social del país”. Eso es absolutamente diversionismo, es evidente que en tanto más votos se emitan, tendrán un mayor aval del electorado, por el contrario, al disminuir la cantidad de sufragios, se les caerá la representatividad y el poder real para actuar, sea quien fuere el candidato que obtenga esa “mayoría” legalizada. La única alternativa real que le queda a nuestro pueblo para derrotar al mal llamado “tlc”, es la movilización y el endurecimiento de la protesta social; solo en las calles podrá ejercer y construir una democracia legítima. Por eso el único voto inteligente es aquel que no se emite, que deslegitima, protesta, rechaza, contribuye a la apertura del camino a las transformaciones de la sociedad, construye desde abajo nuevas formas de poder popular y edifica las bases para crear una nueva constitucionalidad e institucionalidad social y democrática. Además, al abstenernos a sufragar debilitaremos aún más a los grupos gobernantes, cuya crisis política se ahondará al perder apoyo popular.
El Tribunal Supremo de Elecciones, en lo que es una ofensa a la inteligencia, propala una despreciable amenaza, “si deja que otros elijan por usted, luego no se queje”. Este chantaje artero es un claro acto de coerción del orden establecido para tratar de diezmar y socavar la iniciativa de las bases populares en la búsqueda de otras formas y espacios reales y efectivos de participación en la toma de decisiones; es una afrenta a la libertad de expresión. En este régimen el voto no ha sido un instrumento para incidir en la definición de políticas o en el trazado de medidas gubernamentales, a pesar de muchas elecciones, el pueblo siempre estuvo sin voz y fue excluido de las determinaciones de las esferas de poder.
Hoy con más razón votar no es la vía para los cambios políticos, el modelo electocrático se desmorona por su propia caducidad, la decrepitud de la propuesta de las fracciones de clase hegemónicas y la corrosión de todo el sistema institucional del estado burgués, saboteado por la corrupción, el saqueo, la demagogia y su propia naturaleza de clase.
Por supuesto, no es con eslóganes de proselitismo electoral ni con programas coyunturales de campaña, que la nación costarricense podrá salir adelante para “sostener los valores solidarios”, de la concepción del “estado social de derecho”, jamás, ya que si seguimos cayendo en el abismo del fraude político, de la domesticación, de la burla, del chantaje, del cinismo, de la mentira discursiva; seremos cómplices de esa continuidad inmoral, apuntalando su dominio, por eso para dar un golpe de timón, avanzar y vencerlos, definitivamente debemos abstenernos de votar y de esa forma dejarlos solos.
Otro enunciado, al que débilmente se aferran, es dar por sentado que para gobernar se tiene que seguir irremediablemente a una casta de ungidos, es decir, grupos políticos profesionales con vocación innata, bendecidos seguramente por mano divina y llamados a conformar jerarquías para dirigir a los pueblos. En el imaginario popular se ha instaurado la idea que, esa casta preparada para hacer política (generalmente banqueros, abogados, terratenientes, empresarios, políticos de carrera), fue instituida para el quehacer gubernamental, porque las mayorías no lo pueden hacer. Los trabajadores, amas de casa, campesinos, el pueblo en general, deben aceptar esa realidad y someterse a ser gobernados por una cúpula política (desde arriba), con lo que es sometido a asumir que no hay razón que justifique, ni puede autogobernarse o construir gobierno desde abajo. Esta construcción ideológica, espantosa, armoniza con la argumentación del obligado ejercicio del voto, ya no propugnado como un derecho, sino más bien como un deber, conduciendo a la creencia de que todo ciudadano está obligado a emitir el voto.
No obstante, la realidad histórica y las circunstancias políticas de la actualidad, hay evidencias que en las luchas sociales y en aquellas interrelaciones entre estrategia y táctica, en las dinámicas por el acceso al poder, la ruta electoral y el ejercicio del voto, no siempre es viable y su validez tiende a disminuir o se pierde. Mas por el contrario, el efecto político del mismo se encuentra en no ejercerlo, comprendiendo que existen otras formas de lucha política y social que los pueblos están en capacidad de aplicar, a partir de la experiencia, el acerbo histórico, la sabiduría colectiva y las tradiciones del combate popular, que son desde todo ángulo, factible catalizar.
La práctica histórica es aleccionante y nos habla de las posibilidades de construir poder popular. Los pueblos se pueden inventar, tomar la iniciativa política en sus manos, asumir su destino y controlar el derrotero de su futuro. Pueden modelar su propio gobierno desde fuerzas propias, desde sus aspiraciones, desde su verdad, desde su perspectiva. Le asiste la capacidad de buscar y desarrollar nuevas vías de lucha, por medio de la movilización y la protesta social, conformarse como avalancha social, contestataria y revolucionaria, desde su entorno o desde la periferia. De tal manera, en determinadas coyunturas, realidad y períodos históricos, el pueblo debe saber decir, no voto y sobre todo desplegar su rebeldía ante un contexto de politiquería como el actual, el cual en nada refleja o representa sus intereses.
La verdad que se corrobora en febrero de 2006, es la recurrencia de una tragedia más que está sufriendo el pueblo costarricense. Ridículo escenario farandulesco, grotesco pugilato de proselitismo trasnochado, de fantoches de carrera, envileciéndose en sus vanidades, mezquindad y egoísmo, reeditando la tribuna de las promesas no cumplidas y de la patraña de las urnas, siempre engañosas. Se consumen chapoteando en el pantano de una arena de banderismo vacío, inercia que sintomáticamente palideció en una agonía que pareciera inexorable y que inevitablemente los sepultará.
El pueblo sabrá tarde o temprano acuñar la convención de nunca más. De lo que se puede extraer en firme, es que en el marco de las aristas del modelo electocrático en crisis, se tenderá a enrarecer la situación política nacional, se agudizarán las condiciones socioeconómicas de amplias masas y se agravará la confrontación social, enmarcada en un ámbito político más complejo y de mayores alcances, como es el conflicto en torno a la imposición del “tratado de libre comercio”.
Sólo el pueblo salva al pueblo.
La democracia se construye en las calles.
Óscar Barrantes Rodríguez
Asamblea del Pueblo
Comité Cívico de Occidente
Colectivo de Resistencia y Acción Popular.
Febrero, 2006.
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