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El cuento chino de los sicarios

Escrito por Carlos Roberto Loría
03.07.2007

Se salvaron los ministros Fernando Berrocal y Rodrigo Arias de que los sicarios que planeaban matarlos sean personas de limpios antecedentes (nunca habían matado a nadie) y perfectamente estúpidos; cualidad por cierto muy poco común en los colombianos. ¿A quién se le ocurre que matando un par de ministros de Costa Rica, la DEA dejará de capturar la droga que viene del sur? En el fondo de esto hay un “cuento chino”.

Estos sicarios sui generis fueron tan brutos que se pusieron a comentar por teléfono sus planes homicidas contra nuestros ministros de Seguridad Pública y de la Presidencia, tomándose el trabajo de aclarar bien en sus conversaciones, que no atentarían contra la vida del presidente Oscar Arias. Sin duda eran principiantes inexpertos en el arte del sicariato. Ni buen dinero les encontraron a los pobres diablos.

Afortunadamente para la integridad física de nuestros ministros y las tradiciones costarricenses de paz y democracia, la gente que los contrató dentro de un siniestro cartel colombiano de la droga, era también absolutamente imbécil. Escogió para la ejecución de los ministros ticos a cinco elementos que andaban en el medio costarricense enseñando sus caras por todo lado desde meses atrás. Algunos de ellos casados con ticas, “para obtener la nacionalidad y evitar la deportación”; como si un delincuente extranjero que comete un doble asesinato de esa magnitud, anticipara alegar tal cosa ante las autoridades para permanecer en Costa Rica, sabiendo que no tiene cuentas con la justicia en su país.

Gracias a Dios y a la Virgen de los Ángeles, los morones al frente del cartel colombiano, encargados de la contratación, escogieron sicarios que no eran ni aprendices de sicarios; porque no tienen antecedentes de haber matado nunca a nadie en su país. Tan es así que una vez capturados en Costa Rica y deportados de inmediato, alegando “razones de seguridad nacional” para saltarse las leyes que obligan al proceso penal aquí, fueron dejados en libertad tan pronto llegaron a Colombia. Esto es prueba fehaciente de dos cosas: a) de que no los buscaba la justicia colombiana ni por robar en un supermercado; y, b) de que no habían cometido falta, contravención o delito en Costa Rica o país alguno en este planeta. Eran sicarios buenos, alelados ciudadanos respetuosos de la ley. Mejor dicho no eran verdaderos sicarios de los que matan por dinero.

¿Por qué entonces el escándalo en la prensa? Dicen los chinos que “nada quita una mancha como otra mancha más grande”. Y como de dinero de chinos es el escándalo de Bruno Stagno, valía la pena tapar la mancha de los cargos de corrupción del canciller, con algo espectacular como una conspiración sin sentido de sicarios colombianos, pagados por un cartel de droga, para matar a dos ministros. Además, con eso se justifica la cuestionada protección policial excesiva del Fiscal General de la República, del presidente Arias y de los ministros de Estado, en detrimento de la seguridad ciudadana.

Al final lo que tenemos —bendito sea Dios— es la deportación pura y simple de cinco colombianos tontos, contra quienes no existe denuncia alguna en Costa Rica o en su país, un escándalo novelesco inducido en la prensa y una espesa cortina de humo que tapa los chorizos del “honolable cancillel”. Toda esta comedia no es más que un cuento chino.

 

 

 

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