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Michael Moore:
otro estúpido hombre blanco más

Decía Borges que leer debería ser siempre un placer.  Sin embargo, ese placer conlleva, a veces, la explosión de sentimientos no tan placenteros.  Acabo de devolverle a un amigo, oficiante de Baco, un libro que me prestó:  Estúpidos hombres blancos de Michael Moore.  Lo leí hasta el final (¿o debería decir me lo tragué hasta la última gota?) y solo he podido llegar a una conclusión:  Michael Moore no es más que otro estúpido hombre blanco.  Otro hijo del imperio que nuevamente (¿llevamos la cuenta?) pretende engañarnos con oropel y baratijas.  Tras su pretendida “criticidad” a algunos parchones de la sociedad amerikana, queda incólume la estructura que la sostiene y la reproduce.  Como dirían nuestros abuelos, de nuevo un diez con hueco.  Tras la fanfarria y el lenguaje trepidante, al mejor estilo de las novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, está el verdadero producto:  otra de vaqueros en la Casa Blanca.  Lo esencial, el sistema que ha provocado toda esta podredumbre, ni siquiera es mencionado.

Este libro es un producto acabado de lo que se ha denominado posmodernismo.  Tras una aparente “crítica social”, se esconde una apología del sistema.  Según este esperpento, al final todo se resumiría en una simple operación cosmética:  quitar el lunar que afea el rostro, pero, ocultando el cáncer que lo originó y que seguirá originando otros lunares, hasta su extirpación definitiva por el hombre libre.

El verdadero carácter de este bodrio está descrito en las tapas del mismo, según la prensa amerikana:  cómico, frenético, divertido, salvajemente hilarante, fantástico.  Estos “elogios” establecen su verdadera naturaleza, otro producto más en el mercado del espectáculo.  En otras palabras, pobrecitos los estúpidos lectores que lo intenten analizar como un texto de análisis social, si no es más que un libro de humor, una novela cómica sobre las abyecciones de algunos políticos en la cuna del Imperio.

Para quienes hemos sido las víctimas permanentes de la política imperial de Amérika, plasmada en miseria, ignorancia, hambre y muerte, no podemos seguir leyendo revistas de chistes y chismes sobre quienes han saqueado nuestras riquezas.  Bush y sus secuaces no se diferencian en nada de Minor Keith, quien vino a contaminar nuestra tierra y nuestra gente con la siembra del banano (y ahora de piña, sus herederos), previo saqueo de toda nuestra riqueza arqueológica encontrada en la construcción del ferrocarril al Caribe, que hoy se encuentra en algunas ciudades del imperio.  Los estúpidos hombres blancos nos han mantenido y nos mantienen en el estado colonial, ayer y hoy, y para quienes son conscientes de esto, no es motivo de chiste.

Solo para ilustrar la chabacanería, la grosería, de este esperpento:

“(...) creo que este calor brutal y paralizante [de La Florida] es el motivo por el que los grandes inventos, ideas y contribuciones para el avance de la civilización no nacieron en el sur.”  p. 147

Esta “perla” muestra el rescate que realiza el estúpido hombre blanco Moore, de las peores teorías imperialistas y racistas.  Y de esas “perlas” está plagada este frenético y fantástico folletín:  tras la aparente “crítica al sistema”, despliega las más reaccionarias y anticuadas concepciones, que ni siquiera los teóricos serios, defensores de la santa globalización, se atreven a defender, ni a esgrimir siquiera, a estas alturas.

¿Cómo se pueden atrever a comparar a este payaso con Noam Chomsky?  Para los ideólogos del imperio amerikano, la sociedad entera es un espectáculo, perdón, el mundo entero es un espectáculo, y su crítico, desde finales de la segunda guerra mundial, ha sido Chomsky, quien sí ha señalado como culpable al sistema que sostiene dicha sociedad y no ha servido de payaso en su espectáculo.  Para dejar clara la diferencia entre el estúpido y Chomsky, destaco la pregunta que se hizo Chomsky al final de la guerra mencionada:  ¿Cuál es la diferencia entre las bombas de Hiroshima y Nagasaki y los campos de concentración nazis?


Jorge Castillo Arias

San Ramón, diciembre 2005.

 

 

 

 

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