La
crisis capitalista mundial
es imparable
18-03-2008
Jorge Altamira
En Defensa del Marxismo
A mediados de febrero pasado, un profesor universitario norteamericano,
Nouriel Roubini, muy seguido en los medios especializados
y en la prensa diaria, desarrolló las doce razones
que justificaban su pronóstico de "una creciente
probabilidad de un desenlace financiero y económico
‘catastrófico' a la crisis bancaria en curso"
en los Estados Unidos. Además, explicó, más
contundente, su "pesimismo acerca de la habilidad de
las políticas y autoridades financieras para administrar
y contener una crisis de esta magnitud". Según
Roubini, "hay que prepararse para lo peor, es decir,
para una crisis financiera sistémica".f1 Como
el sistema financiero representa el coronamiento del sistema
capitalista, porque es allí donde todo el producto
del trabajo adquiere la forma universal del valor, la advertencia
de Roubini explicita la tendencia a la disolución de
las relaciones sociales capitalistas y la incapacidad del
presente régimen político para hacerle frente.
Es obvio, por otra parte, que "una (‘incontenible')
crisis financiera sistémica" no encontrará
sus límites en las fronteras norteamericanas.
La de Roubini no habría pasado de ser una posición
más en las discusiones que ha desatado la presente
crisis, si no hubiera recibido el aval desde el lugar menos
esperado: el editor del Financial Timesf2, vocero del capital
financiero internacional. "¿Es al menos plausible
esta clase de escenario?", le pregunta Martín
Wolf a sus lectores. "Lo es", responde, "y
podemos estar seguros que, de ocurrir, pondrá fin a
todas las historias de ‘desacople'" en referencia
a la relación entre la economía de Estados Unidos
y la del resto de los principales países. Para Wolf,
sin embargo, la crisis no solamente tiene una salida sino
que ella se impondrá como una "ley de hierro":
el capital acabará siendo forzosamente rescatado por
el Estado, sea por medio de la estatización de la deuda
insolvente o de la inflación, o de ambas a la vez.
Es una pena que el editor del FT haya detenido su argumento
aquí, porque una estatización en masa del capital
financiero equivaldría a una quiebra financiera del
Estado que lo rescata; la inflación a una ruina social
generalizada; y ambas a una dislocación sin precedentes
de las relaciones sociales.
El primer punto que expone Roubini es el hundimiento que
está ocurriendo con los precios de las viviendas, que
podría barrer, si llega al orden del 20 al 30 por ciento,
con 4 a 6 billones de riqueza inmobiliaria y poner en valor
negativo a diez millones de propiedades - o sea cuando el
valor de la propiedad cae por debajo del valor del préstamo
recibido para comprar esa propiedad. A principios de marzo,
efectivamente, las estadísticas dejaron ver que el
valor patrimonial de los hogares había entrado en terreno
negativo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Este fenómeno precipita el incumplimiento de los pagos
hipotecarios, incluso por parte de los deudores solventes,
pues el remate de la propiedad representa un costo inferior
a la deuda. Suponiendo un stock de deudas hipotecarias de
50 billones de dólares, el default afecta ya a un segmento
que va del 10 al 20% del total; aunque aún se encuentra
distante del 50% de cesación de pagos que fue la tasa
de bancarrota en la crisis de los años '30, la velocidad
con que está aumentando supera a cualquier crisis hipotecaria
previa. El número de propiedades vacías o vacantes
es de cerca de dos millones.
A la desvalorización que están sufriendo los
precios de las propiedades hay que agregar las pérdidas
que está ocasionando a los bancos acreedores el incumplimiento
de los pagos de los préstamos hipotecarios ajustables,
llamados ‘subprime', que ya es de unos 400.000 millones
de dólares pero que podría llegar al billón
si prosigue la tendencia actual. Este desplome afectará
a otras formas de crédito que tienen como garantía
a estos préstamos hipotecarios - lo cual representa
un mercado (créditos estructurados) de 8 billones de
dólares, que se encuentra en la actualidad completamente
congelado, o sea que no hay transacciones.f3 La mitad del
mercado internacional de crédito está formado
por bonos con diversas clases de garantía (la otra
mitad son préstamos bancarios), que en mayor o menor
proporción incluyen créditos hipotecarios incobrables
de diferentes características. Hay un escenario de
derrumbe del mercado de deuda, que mueve unos 50 billones
de dólares. El sistema de protección de estos
títulos por parte de compañías especializadas
de seguros o por fondos de cobertura, se encuentra en ruinas,
debido a la escasa base de capital de las aseguradoras. Si
se asume una tasa de incumplimiento del 1,3%, "unos 500.000
millones de dólares explotarían en la cara de
los negociantes".4 Las cosas se presentan bastante peores
a lo descripto por Roubini. Esa suma potencial de pérdidas
equivale al 25% de la capitalización bancaria total
de los Estados Unidos - de 2 billones de dólares- o
a un poco menos respecto a la capitalización bancaria
internacional - de 2,7 billones. Si consideramos el total
de transacciones especulativas que tienen por base los mercados
de bonos y acciones (derivados), de más de 500 billones
de dólares, un default del 2% representa pérdidas
por 10 billones.
En la descripción de la ‘catástrofe'
en curso entra también el incumplimiento en el pago
de las diversas formas de crédito al consumo, al punto
que la tasa de interés de las tarjetas de crédito
ya supera cómodamente los dos dígitos. A esto
hay que agregar la extensión de la crisis al mercado
hipotecario comercial y el impacto que está ocasionando
en los bancos regionales. De acuerdo con un informe reciente,
"existe una tremenda sobre oferta de espacio comercial
minorista".
Otros 500.000 millones de dólares se encuentran atascados
en los bancos por préstamos para compras de empresas,
cuyos títulos no pueden ser vendidos en el mercado
al valor original. Aunque, según el editor del FT,
Martin Wolf, "las compañías norteamericanas
se encuentran en buena forma, una ‘parte obesa' tiene
bajos rendimientos y una deuda elevada".5 Los ‘defaults'
que resultarían de la desvalorización de esta
clase de bonos en poder de los bancos provocarían pérdidas
por 250.000 millones de dólares.
A estos sinsabores Roubini añade la desintegración
del "sistema financiero en las sombras", o sea de
todas las empresas financieras desreguladas, como fondos comunes,
fideicomisos o fondos de cobertura, que no tienen acceso a
fondos de los bancos centrales.
La consecuencia final de toda esta cascada de derrumbes sería
el crash de las Bolsas y el hundimiento de los mercados de
capitales, donde los activos financieros acabarían
siendo vendidos a precios de remate.
La nacionalización
encubierta
La "ley de hierro" a la que alude Wolf se encuentra
en plena operación, como lo atestiguan la nacionalización
del banco Northern Rock por parte de los laboristas ingleses
y del alemán IKB por parte la coalición conservadora-socialista
germana. Pero estas nacionalizaciones no ponen remedio a la
situación que se ha creado, más bien aproximan
el momento de la catástrofe sistémica a la que
se refiere Roubini. Ocurre que estas nacionalizaciones no
pretenden simplemente salvar, con indemnizaciones, el pellejo
de los accionistas sino, por sobre todo, evitar el remate
de sus activos (créditos, bonos) y el consiguiente
incumplimiento de las deudas contraídas para comprar
esos activos. El gobierno británico lleva comprometidas
unas 50.000 millones de libras esterlinas en el NR y ha asegurado
en forma ilimitada los depósitos en el banco (mientras
en el resto de los bancos la garantía alcanza sólo
a 30.000 libras). Las pérdidas que asume el Estado
al nacionalizar al banco son, potencialmente, ilimitadas,
porque no interviene para proceder a su liquidación
(lo cual derrumbaría el mercado de bonos) sino para
revitalizar su posibilidad de negocios, para lo cual deberá
renovar las deudas pendientes y asumir nuevas deudas con garantía
pública. El Estado se hace cargo, de este modo, de
una parte del mercado de capitales, la que gestionaba el NR,
lo cual es mucho más que la nacionalización
de un capital privado. Por otro lado, el Banco de Inglaterra
ya ha inyectado más de 100.000 millones de libras esterlinas
en beneficio del resto de los bancos bajo su jurisdicción,
contra la garantía de títulos de dudosa realización.
Como acreedor cada vez más prominente, el Estado se
convierte en el propietario de los títulos de crédito
y de capital que no encuentran mercado y en el garante de
los acreedores bancarios. O sea que suplanta el "riesgo
bancario" por el "riesgo del Estado", como
si fuera invulnerable a la desvalorización de sus activos
y escapara a las leyes del capital. Un fracaso del rescate
de los bancos por parte del sistema financiero estatal (FED)
dejaría como último recurso la intervención
fiscal o presupuestaria, lo cual entrañaría
una crisis financiera del Estado.
La nacionalización encubierta es, por lejos, mucho
más acentuada en los Estados Unidos. La Reserva Federal
norteamericana ha extendido a 200 mil millones de dólares
las facilidades otorgadas a los bancos para financiar el stock
de activos invendibles. A través de dos programas,
uno de subasta de fondos y otro de préstamos de recompra,
el banco central de Estados Unidos acepta como garantía
los títulos que los bancos no pueden vender en el mercado
abierto, en especial los que ya se encuentran en ‘default'.
Aunque formalmente transitorios, estos préstamos se
han convertido en una suerte de aporte de capital, ya que
se renuevan indefinidamente; la ‘contribución'
de la Reserva Federal a los bancos privados supera la que
se atribuye a los fondos de inversión de las naciones
petroleras o asiáticas, que se han paralizado, entre
otras cosas debido a continuos "descubrimientos"
de nuevas pérdidas por parte de los bancos, lo que
licua los aportes realizados. Al igual que en el caso inglés,
el Estado no interviene para liquidar los activos irrealizables
de los bancos sino para gestionar su giro, o sea que será
forzado a comprometer cada vez más fondos o a tolerar
mayores deudas. Como dice un ‘blog' (The Ninja Report),
la Reserva Federal ha modificado radicalmente sus funciones,
porque en lugar de inyectar dinero en el mercado mediante
la compra de títulos públicos, se hace cargo
de los activos desvalorizados de los bancos. Como la Reserva
Federal no está en condiciones de gestionar - es decir,
fundamentalmente, vender- esa cartera de títulos, tampoco
puede regular la circulación de moneda que ha emitido
como contrapartida. En los hechos abandona la función
de un banco central para convertirse en una casa de empeños
o en un banco residual que acumula los créditos incobrables,
que sin embargo no puede salir a vender. Aunque el monto total
en juego hasta ahora, 436 mil millones de dólares,
representa el 20% del capital bancario norteamericano, la
participación se eleva considerablemente cuando se
tiene en cuenta al puñado de bancos que ha recibido
la mayor parte de este aporte, entre los que se encuentran
los de mayor porte - como el Citibank. Los aportes de liquidez
de la FED suman - entre préstamos (TAF), 100.000 millones;
préstamos de 28 días a los bancos generadores
de mercado, 100.000 millones; seguros de cambio a bancos europeos,
36.000 millones y las facilidades financieras de canje de
por avales de hipotecas, 200.000 millones- un total de 436.000
millones. En el canje de bonos del Tesoro por deuda avalada
por hipotecas, ingresan los bonos de las inversoras inmobiliarias
estatales, Freddie Mac y Fannie Mae, para frenar la continua
desvalorización de sus carteras.
En virtud de las limitaciones que plantea esta nacionalización
de los bancos, un columnista del Financial Times aboga por
el rescate directo del mercado de capitales, saltando la inyección
de fondos a los bancos.6 Plantea la compra en el mercado de
los activos de las empresas de mayor calificación en
forma directa, o mediante entidades que serían financiadas
para hacerlo. Pero tampoco aquí tendríamos una
reconstrucción del mercado de capitales, porque para
ello sería necesaria la aparición de capitales
privados dispuestos a reanudar el circuito del crédito;
lo que tendríamos es un rescate con fondos públicos
de los capitalistas perjudicados. Nadie ingresará en
el mercado hasta que éste haya tocado fondo, algo que
nadie, incluida la FED, prevé en el corto plazo.
El sol con un harnero
Pero el mercado de capitales que la Reserva Federal se empeña
en congelar en su balance, a la espera de un giro de los acontecimientos,
se sigue moviendo a pesar de ella, aunque siempre hacia abajo.
A mediados del mes pasado, el Citigroup armó un ‘corralito'
en su fondo CSO Partners, al negarse a permitir el retiro
de dinero de sus inversores. Lo mismo ocurrió con otros
dos fondos del Citi - Falcon Strategies y el Old Lane Partners.7
En la primera semana de marzo los principales bancos del mundo
le quitaron el apoyo a uno de los principales fondos especulativos,
el Carlyle Capital, cuando la caída del valor de los
activos en su poder dejó sin cobertura los préstamos
bancarios que había recibido para comprarlos. El fondo
está vinculado al Carlyle Group, un pulpo financiero
envuelto en toda clase de operaciones, incluida la guerra
de Irak. La quiebra de estos fondos y el consiguiente remate
de sus títulos, acentúa la desvalorización
que ya vienen sufriendo en el mercado y provoca una mayor
desvalorización a la cartera en poder de esos mismos
bancos. Las nacionalizaciones subrepticias de los bancos,
como los de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, no
pueden impedir este despeñe de los títulos cuyo
valor se pretende congelar. Con fondos propios de inversores
por apenas 700 millones de dólares, Carlyle había
hecho inversiones, tomando préstamos bancarios, por
22.000 millones - 32 veces su capital. Muchos otros fondos,
que operan fuera de los bancos, pasan por una situación
similar.
Mucho más grave es la situación de las compañías
que, con un capital extremadamente reducido, se dedican a
asegurar los títulos que se negocian en el mercado
de capitales, incluido el de títulos públicos,
como los bonos municipales y estaduales, que financian la
educación, la salud o las inversiones en infraestructura.
Estas compañías aseguradoras no tienen ahora
la capacidad de cubrir las pérdidas potenciales o el
cese de pagos que se asoma para los títulos bajo su
protección; esta circunstancia ha provocado una caída
en la cotización de esos títulos. Las recomendaciones
para reflotar a estas aseguradoras mediante préstamos
o una ampliación de su base de accionistas, han fracasado
miserablemente; una propuesta para emitir acciones nuevas
por 1.500 millones de dólares para la aseguradora AMBAC
fue bochada por sus accionistas para impedir que se diluya
el capital actual. El gobernador de Nueva York ha amenazado
con cancelar los contratos de seguros de las entidades públicas
de su Estado, para evitar que caiga su cotización y
se dificulte su refinanciamiento (A Elliot Spitzer esto le
ha costado el ‘oportuno' descubrimiento de sus relaciones
con una red de prostitución). Como los bonos públicos
no corren riesgo de cesar sus pagos, privar a las aseguradoras
de su cobertura las dejaría con la parte más
vulnerable del negocio, los títulos privados. El gobierno
del estado de California vendió deuda en el mercado
sin contrato de seguro. Pero esto no pueden hacerlo los gobiernos
locales, que "absorben 2 billones de dólares del
mercado de deuda".8 La incapacidad de las medidas de
intervención estatal o de nacionalización encubierta
para detener la hemorragia del mercado de capitales, explica
el implacable derrumbe de las Bolsas en todo el mundo, en
especial en Asia.
El oro o la crisis monetaria
internacional
El oro se acerca a los mil dólares la onza cuando
la crisis aún se encuentra en pañales. Se trata
del refugio universal del valor, que pone al desnudo la desvalorización
de todas las formas nacionales de la riqueza capitalista.
Pero la economía mundial no puede volver a basar el
crédito en el oro; a saber, no puede retroceder del
crédito virtual y electrónico, y de la especulación
financiera (con sus bonos, swaps, opciones, coberturas).
De la crisis bancaria y financiera pasamos así, sin
tránsito, a una crisis monetaria, que para el caso
de la devaluación del dólar es por demás
clara. Esta devaluación se ha transformado en la razón
principal para el aumento extraordinario que registran los
precios de las materias primas, con el consiguiente incremento
de precios en la mayor parte de los países. Para contrarrestar
esta tendencia se revalúan las principales monedas,
aumentando las deudas internas en dólares y desvalorizando
las reservas y créditos internacionales en moneda norteamericana.
Sin embargo, el oportuno derrumbe de la especulación
en el mercado de materias primas debería conducir a
un colapso monetario internacional, por medio de las llamadas
devaluaciones competitivas. Las naciones de Europa Oriental
y Turquía, con elevados déficits comerciales
y una enorme deuda externa de corto plazo, podrían
convertirse en los disparadores de ese colapso monetario.
Como los países que han adoptado el euro no pueden
recurrir a la devaluación para disminuir el peso de
sus deudas y rebajar el costo de su producción, corren
el peligro de una recesión gigantesca. Por eso es llamativa
la tendencia que ha despuntado a una devaluación de
la libra esterlina, lo que no debería sorprender luego
de la nacionalización del Northern Rock. Una devaluación
de la libra mete presión al euro, que se supervaloriza.
O sea que la crisis monetaria está planteando ya, potencialmente,
una dislocación del comercio internacional - y de esa
creación adorada del imperialismo, la moneda común
europea.
Desacople... en el espacio
En los comienzos de la presente crisis se decía, sin
el menor empacho, que la demanda de los países emergentes
evitaría una recesión en Estados Unidos.
Pero si las ideas acerca del ‘desacople' - es decir,
que los países atrasados no sufrirían los golpes
de la crisis en los países centrales- se demostraran
correctas, entonces la crisis sería mucho mayor todavía.
Es que al mantenerse por un tiempo prolongado el alza de los
precios de las materias primas, se estaría bloqueando
el mecanismo esencial de salida a la crisis, que es la masiva
desvalorización de mercancías y capitales excedentes.
Cuanto más demore esta desvalorización, más
aguda será la crisis en los países centrales
y, luego, más brutal la desvalorización de las
mercancías en los países atrasados.
Ahora que la recesión norteamericana está en
marcha, la tesis del ‘desacople' ha perdido partidarios.
Las principales caídas bursátiles han tenido
lugar en Asia. El economista jefe de Merril Lynch señaló,
respecto a la exposición de los bancos chinos a la
crisis hipotecaria estadounidense que "no he observado
que los bancos chinos estuvieran comprando papeles ‘subprime'
pero es razonable pensar que el déficit de cuenta corriente
de Estados Unidos, en años recientes, fue financiado
desproporcionadamente por la vía de productos que rendían
mucho margen".9 Es una forma elegante de decir que los
bancos chinos están metidos hasta el pescuezo en la
crisis norteamericana.
En el caso de Brasil, una firma de análisis señala
que el crecimiento de la Bolsa "ha sido alimentado por
bancos locales que han recurrido a la liquidez internacional"10,
o sea al endeudamiento externo. Con tasas de interés
extravagantes y una moneda en constante apreciación,
Brasil ha atraído en forma masiva capital especulativo,
que deberá emprender la retirada con el agravamiento
de la crisis internacional. Un bono brasileño, que
vence en 2045, ofrece un 7,5% de interés por encima
de la inflación, pero una deuda con Japón paga
solamente el 1%; tomar prestado en Tokio para invertir en
Sao Paulo se ha convertido en un verdadero negociado para
los bancos que operan en Brasil. Las caídas extraordinarias
que, episódicamente, protagonizara el mercado de Sao
Paulo en los últimos meses, en reacción a los
derrumbes internacionales, son una manifestación de
su vulnerabilidad financiera. La revaluación del yen,
en los últimos meses, encarece los préstamos
que apalancan las inversiones en Brasil. Para valorar la importancia
protectora de los 150 mil millones que Brasil tiene en reservas
bancarias, habría que conocer el endeudamiento internacional
de sus bancos y de sus entidades financieras. En enero, Brasil
tuvo una salida de fondos de cerca de 3 mil millones de dólares,
"la cifra más alta desde 2000".11 En lo que
va del año, unas quince colocaciones financieras han
debido mantenerse en suspenso debido a la incertidumbre sobre
el resultado. Una crisis en Argentina vendrá, en primer
lugar, como consecuencia de una desestabilización financiera
en Brasil, que compra el 35% de sus exportaciones. La garantía
que sustenta los negocios financieros en Brasil es el crecimiento
de los precios de las materias primas, que se ha acentuado
desde inicio de 2008. Sin embargo, existe un consenso internacional
en que más de un 30% de estos precios responde a operaciones
especulativas alentadas por la devaluación del dólar.
La revaluación del yen no sólo tendrá
efectos desastrosos para Brasil; el principal perjudicado
será el propio Japón. El retorno de los capitales
especulativos producirá un retorno de la depresión
y la deflación, de la cual Japón no ha podido
librarse desde el estallido de la crisis de mediados de los
'80.
En el caso de China, la inflación, que ya llega al
9% anual a pesar de que su moneda nacional se revalúa,
está indicando la inminencia de un derrumbe financiero,
lo cual anticipa la enorme caída que ha tenido la Bolsa
de Hong Kong y en poco menor medida Shangai. Es cierto que
China tiene suficientes reservas para respaldar a sus principales
bancos, pero valerse de ellas sería una variante de
la nacionalización encubierta de la Reserva Federal,
o sea que no serviría para darle aire, si hiciera falta,
al mercado de créditos. En los últimos tres
meses se ha desarrollado también en China una suerte
de crisis inmobiliaria: las acciones de varios desarrolladores
inmobiliarios cayeron más de un 50% desde sus picos
en 2007 y algunos de ellos podrían declararse en bancarrota.12
China, más que nadie, se ve afectada por la devaluación
del dólar, por un lado porque desvaloriza sus reservas,
y por el otro porque alimenta la inflación. La revalorización
de la moneda china, para contrarrestar la inflación,
incrementa el valor en dólares de su deuda interna
(y puede llevar a la quiebra a numerosas empresas y bancos)
y, del mismo modo, desvaloriza sus activos. China está
perdiendo 4 mil millones de dólares al mes entre lo
que paga para absorber su emisión de moneda a cambio
de dólares y lo que recibe cuando invierte estos dólares
en el exterior.13 Según otro cálculo, esta sangría
representaría un 5% del PBI de China, unos 70.000 millones
de dólares al año.
Para compensar una caída de sus mercados de exportación,
China debería modificar radicalmente su actual esquema
económico, lo cual afectaría a los capitales
internacionales que han convertido a China en una economía
de exportación (arma componentes que luego exporta).
Es decir que una crisis internacional no dejaría de
lado a China; por el contrario, ella sería la más
golpeada. En todas las crisis mundiales hasta ahora, al menos
desde 1825, las naciones atrasadas o de desarrollo menor conocieron
un salto de su industrialización y de su mercado interno
debido a la interrupción de la exportación extranjera,
pero esto sólo tuvo lugar luego de atravesar por una
crisis severa; entre 1930 y 1932, el PBI argentino cayó
un fenomenal 15%. Es precisamente esta experiencia histórica
(y en especial la depresión de los años '30)
la que enseña: 1) que el desarrollo interno de los
países atrasados tiene lugar después del estallido
de la crisis, nunca con anterioridad a ella o con la posibilidad
de prevenirla; 2) que cuando ese desarrollo tiene lugar, se
agudiza la tendencia a proteger el nuevo marco de autonomía
nacional creado por la crisis mundial, en perjuicio de una
recomposición del comercio internacional; 3) que solamente
cuando la crisis mundial se encuentra en vías de superación
(algunas décadas más tarde) se reanuda la interconexión
de la economía mundial en una escala superior. En el
caso de la depresión del '30, el retorno a la normalidad
entrañó antes al nazismo, el holocausto, la
guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial con
sus cien millones de muertos, la revolución china,
el avance del Ejército Rojo hasta las proximidades
del Atlántico y varias revoluciones europeas y nacionales
(en Asia, América Latina y Africa) traicionadas.
El impacto de la crisis en Europa no solamente se manifiesta
en una tendencia a la recesión. La deuda pública
italiana, por este motivo, se ha desvalorizado frente a las
de otros países de la Unión Europea, lo que
ha encarecido el financiamiento de su déficit público.
La novedad política de una derecha que va a las elecciones
de abril próximo con un programa de proteccionismo
económico, en principio contra las exportaciones chinas,
refleja el completo impasse del capitalismo de la península.
Pero la suma de factores indica que Italia está a la
cabeza de una incipiente disgregación de la Unión
Europea; Sarkozy ya ha reclamado una política proteccionista
a la escala de la UE; en Hungría ya hay fuertes síntomas
de un derrumbe financiero. Italia podría acabar uniéndose
a Gran Bretaña y los países escandinavos en
su rechazo al euro - ese es claramente el planteo del ministro
de Economía de un futuro gobierno Berlusconi, Guido
Tremonti. En España y en Gran Bretaña la crisis
hipotecaria se acentúa, y con ella la amenaza de crisis
para sus bancos. Una gran constructora española, accionista
principal de varios bancos importantes, SacyrVallehermoso,
acaba de recibir un llamado para cubrir los márgenes
entre los préstamos que ha recibido y la desvalorización
de sus activos.
La devaluación del dólar, que impulsa Estados
Unidos para desvalorizar sus deudas internas e internacionales
y mejorar la posición comercial de la producción
norteamericana, acentúa la dimensión internacional
que la crisis ha tenido desde el inicio. Se trata de una crisis
que culmina varios ciclos económicos. El primero, que
se inicia a mediados de 2002 con la apertura en gran escala
del mercado de China y la transformación de ese país
en la correa de transmisión del financiamiento de los
déficit norteamericanos (comercial y fiscal). Por medio
de China los dólares emitidos por Estados Unidos retornaron
para financiar los déficits norteamericanos. La Reserva
Federal financió el superávit chino con deuda
norteamericana, que ahora la devaluación del dólar
se encargará de licuar. El fin de este ciclo plantea
una crisis económica y social sin precedentes tanto
en uno como en otro país, y especialmente pone en crisis
la restauración capitalista. El otro ciclo que culmina
es más largo, el que se inicia a fines de los '70 con
la emergencia de un modo de acumulación de capital
centrado en el capital financiero. Este modo tiene su propia
patología: "Cuando se observa cuánta deuda
agregó este ciclo al sistema en relación con
el crecimiento económico, por encima y más allá
de lo que ha sido normal en expansiones anteriores, el monto
de creación excesiva de crédito suma 6 billones
de dólares"14, un monto que es la mitad del producto
bruto norteamericano. El dato pone de manifiesto el parasitismo
fundamental de la llamada globalización capitalista.
La crisis plantea un principio de "desglobalización"
de la economía mundial; la dispersión de los
niveles de precios internos respecto de los internacionales
es el más alto de la historia. La crisis monetaria
en curso va a acentuar este dislocamiento. Lejos de nivelar
las condiciones del mercado mundial, se ha acentuado la tendencia
a un desarrollo desigual y divergente. El desacople de los
niveles de precios deberá acentuar la tendencia al
proteccionismo, incluido el sistema de retención de
exportaciones de los países productores de alimentos
para evitar el encarecimiento de sus mercados internos. Es
evidente para cualquiera que los principales bancos centrales
no han hecho siquiera una tentativa de coordinar su acción
frente a la presente crisis - o sea que está a la orden
del día la consigna de la salvación nacional.
Se configura un replay de lo ocurrido luego de la primera
guerra y, definitivamente, en la crisis del '30 - claro que
en una escala social y económica muy superior. En resumen,
en lugar de un desacople de la crisis tenemos a la vista el
desarrollo de una crisis que abarca a todos los países,
en distinto grado y con distinto ritmo. Y en lugar de un acople
del capital financiero para diseñar una salida global
a la crisis, asistimos a un desacople de la economía
mundial y a la recuperación de las tendencias nacionalistas.
La "ley de hierro"
del capital
Los comentaristas ya no hablan de la posibilidad de evitar
una recesión internacional, sino que toman nota de
una "crisis financiera sistémica". Crisis
sistémica significa deflación de mercancías
y capitales y destrucción de riqueza capitalista acumulada.
La intervención del Estado se convierte en el recurso
último del capital ante la disolución de los
mercados. Como lo señala el titular de un artículo
del Wall Street Journal: "Entramos en la era de los rescates".15
Lo cierto, sin embargo, es que ninguno de los rescates que
fueron proyectados hasta ahora se han concretado, y las rebajas
sucesivas de las tasas de interés interbancaria en
Estados Unidos, han fracasado. Los propietarios se oponen
a que se refinancien los préstamos por sus viviendas,
porque no están dispuestos a reconocer una deuda hipotecaria
considerablemente superior a los valores inmobiliarios de
mercado. No lo quieren las asociaciones inmobiliarias, que
estiman que los préstamos refinanciados tampoco serían
pagados. La extensión de los márgenes que tienen
las entidades inmobiliarias estatales de Estados Unidos para
levantar el mercado comprando los títulos hipotecarios
privados en default, choca con las pérdidas cada vez
mayores que ellas mismas están sufriendo como consecuencia
de la desvalorización de su propia cartera de créditos
hipotecarios. El centroizquierdismo norteamericano ofrece
como alternativa la puesta en marcha de un gigantesco programa
de obras públicas, que al mismo tiempo daría
una respuesta al descomunal deterioro de la infraestructura
pública en Estados Unidos. Claro que antes habría
que dar una salida al derrumbe inminente del mercado de capitales
y a la quiebra económica internacional que esto produciría.
Las autoridades norteamericanas se han embarcado, como punto
de partida para una salida, en la devaluación del dólar;
o sea, en reducir los costos de un rescate interno y descargar
la crisis sobre el mercado mundial. Es una aproximación
a una crisis del '30.
Pero aunque la crisis se presenta como un fenómeno
financiero ligado al mercado hipotecario, la función
del crédito en la economía capitalista es superar
los límites que encuentra el capital para su realización
y valorización. El crédito extiende el mercado
de consumo personal y productivo, y también es una
palanca para elevar la tasa de beneficio del capital invertido
en la industria. En un determinado punto, esa expansión
expresa, decididamente, una situación de sobreproducción.
Sin el crecimiento explosivo del crédito inmobiliario
norteamericano y sin la inflación de valores de los
mercados de crédito y de capital no hubiera habido
mercado para la producción de China, y sin esto China
no hubiera podido convertirse en un mercado para las mercancías
y para la inversión internacional de capital en China.
La sobreproducción se ha manifestado en lo que el Banco
de Basilea ha llamado una "huelga de inversiones",
con la excepción de China e India, que ahora sufren
el impacto de esta sobreproducción, una vez que han
agotado las posibilidades de sustituir a la competencia con
menores precios. El crédito inmobiliario no solamente
fue una enorme palanca para la demanda de consumo personal
y productivo (construcción) sino que sirvió
también para apoyar el desarrollo de otras formas de
crédito que cebaron el mercado de consumo y permitieron
la obtención de tasas de rendimiento más elevadas.
Recientemente, el ex secretario de Trabajo de Clinton, Robert
Reich, señaló que aunque el poder adquisitivo
del salario en Estados Unidos no ha crecido desde los '70,
el consumo lo ha hecho en más de un ciento por ciento.
La solución de esta paradoja se encuentra en varios
factores. Reich señala, primero, la incorporación
de la mujer al trabajo, lo que explica un 35% de ese incremento,
aunque Reich no dice que sirvió, por sobre todo, para
congelar los salarios en un marco de mayor productividad.
En segundo lugar figura la extensión de la jornada
laboral, que se ha convertido en la más larga en los
países desarrollados. El tercer factor es el endeudamiento
de los hogares, que ha llegado a más del 200% de la
remuneración del trabajo; el mercado de consumo norteamericano
depende cada vez más menos del ingreso por salarios
y cada vez más del crédito al consumo. En el
plano financiero, una reducida camada de trabajadores se ha
beneficiado de la inflación bursátil e incluso
de la de los precios inmobiliarios para acrecentar lo que
se denomina el ingreso disponible de los hogares. Sin embargo,
con el derrumbe de la riqueza inmobiliaria, el corte del crédito
al consumo, las cesantías provocadas por la recesión
y el incremento del trabajo de tiempo parcial (peor remunerado),
las condiciones económicas del consumo personal se
están viniendo abajo y la situación de la clase
obrera está sufriendo un cambio que será radical.
La fuerza de trabajo, que recibe ingresos bajo la forma de
salarios o de remuneración de un trabajo autónomo,
no acumula el valor que crea con su trabajo; lo acumula el
capital. Como la fuerza de trabajo, a diferencia del capital,
no se autovaloriza, a la larga su endeudamiento acaba con
sus ingresos y salarios: el salario pasa a remunerar al capital
(bancario), no a la fuerza de trabajo. La crisis bancaria
disimula, entonces, una crisis de sobreproducción,
que el crédito al consumo ha tratado infructuosamente
de superar: las fuerzas productivas desbordan el marco capitalista
en que fueron creadas. El estallido del crédito al
consumo (incluido el hipotecario) potencia social e históricamente
la recesión económica: socialmente, amenaza
con generar una miseria mayor a las crisis precedentes; históricamente,
tiene límites mucho mayores para encontrar una vía
de salida o, dicho de otro modo, sus vías de salida
son más destructivas y (¡sí!) catastróficas.
La siniestralidad urbana y social de Detroit, por ejemplo,
la histórica capital de la industria norteamericana,
donde la desocupación alcanza al 10% y el derrumbe
de la infraestructura pública y edilicia es enorme,
es una muestra de la perspectiva social que deja en pie la
crisis que se ha abierto en Estados Unidos - donde ya hay
800.000 desalojos de viviendas. No es casual que también
en Estados Unidos, hayan comenzado a aflorar de nuevo los
planteos proteccionistas de parte de varias tendencias de
la burguesía.
Un cambio de condiciones y
de percepciones
En el movimiento obrero mundial, lamentablemente, no se ha
comenzado siquiera a discutir un programa para esta crisis;
pero esto comenzará a ocurrir en breve tiempo. Las
nacionalizaciones encubiertas son la oportunidad para plantear
la nacionalización de la banca sin indemnización,
pues está claro para toda la sociedad que el capital
se ha caído como consecuencia de sus propias leyes,
y de que no hay lugar para ningún resarcimiento social.
Pero la catástrofe que se insinúa deja todavía
más clara la necesidad de expropiar a todas las industrias
armamentistas o vinculadas con la guerra, para reconvertirlas
en beneficio popular. Sobre la base de la expropiación
de la banca y de la industria ligada a la guerra, un programa
de obras públicas y de reindustrialización puede
ser una salida para las masas. La cuestión de los despidos
y de los salarios pasará al orden del día, y
ello deberá dar lugar, de nuevo, a una crisis en el
esclerotizado movimiento sindical. De todos modos, lo importante
es esto: la implosión de la economía de mercado,
esa ficción que ha llevado a toda la izquierda mundial
a entregarse al capitalismo. El mercado no sacará,
no ya a los obreros, sino a los propios capitalistas, de la
hecatombe en que se han metido. El cambio de percepción
y de perspectiva para los explotados, en especial en los países
económicamente más avanzados, será el
fruto más rico de la presente crisis. Se impone, por
lo tanto, que la vanguardia obrera inicie un enérgico
esfuerzo de deliberación política.
(Publicado en En Defensa del Marxismo, del Partido Obrero,
de Argentina, nº 35, marzo de 2008)
Notas
1. RGE Monitor, febrero 2008.
2. Financial Times, 20 de febrero de 2008.
3. International Clearing House, 7 de marzo de 2008.
4. The Economist, 2 de febrero de 2008.
5. Financial Times, 20 de febrero de 2008.
6. Financial Times, 4 de febrero de 2008.
7. The Wall Street Journal, 15 de febrero de 2008.
8. Financial Times, 3 de marzo de 2008.
9. Financial Times, 29 de enero de 2008.
10. Financial Times, 26 de enero de 2008.
11. Financial Times, 11 de febrero de 2008.
12. Financial Times, 14 de febrero de 2008.
13. Financial Times, 31 de enero de 2008.
14. Financial Times, 28 de enero de 2008.
15. The Wall Street Journal, 19 de febrero de 2008.
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