Pasos para organizar una Asamblea Popular
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Historia de terror

Coca, heroína y guerras secretas*

No es coincidencia:  es rutina en guerras secretas.  Desde hace 40 años, las grandes olas de narcotráfico en los Estados Unidos han coincidido con guerras secretas de la CIA en el Tercer Mundo.  En los años 60 hubo una epidemia de heroína, que en verdaderos ríos inundó los barrios oprimidos.  Después se documentó que la CIA la trajo de las regiones productoras de opio del Triángulo Dorado del sudeste asiático.

La CIA libraba una secreta guerra mercenaria en el norte de Laos y Tailandia, y la financiaba con heroína.  Sus agentes sacaban montones de opio en aviones de carga de una de sus aerolíneas (Air America).  Cuando el opio se procesaba como heroína, se vendía por medio de muchas redes de distribución. Algunas operaban en las FF.AA.  Hace poco se comprobó que una forma de traer heroína era mediante paquetes introducidos en los cadáveres de los soldados que caían en la guerra de Vietnam.

Veinte años después, en los 80, hubo una nueva ‘epidemia’ de droga, esta vez de cocaína, que antes era carísima (US$ 5.200 la onza).  Se trataba de una droga de prestigio para los ricos.  Los Ángeles Times calcula que en 1980 unas 400 mil personas consumían cocaína en el país, pero sólo el 10 por ciento la fumaba.

De repente, después de 1981, el precio empezó a bajar.  En un par de años, había descendido a la mitad.  Cumpliéndose precisamente una de las leyes del capitalismo, la baja se debió a un inusitado aumento de la oferta.  Y una fuente calcula que la cantidad de cocaína disponible en el país aumentó a más de 200 toneladas anuales.

En 1983 había suficiente cocaína barata como para que fuera una droga común.  Apareció el crack y se inundó el gueto.  Los Crips y los Bloods (bandas) eran el último eslabón de la cadena, el punto de conexión con el consumidor.  Se calcula que la cantidad de adictos subió a más de seis millones.

¿Qué estimuló el aumento de la oferta y el consumo?  Durante estos años, la CIA estaba librando una nueva guerra secreta, esta vez en Centroamérica. Las bases de esta contienda, en Honduras y Costa Rica, estaban a mitad de camino entre la frontera de los Estados Unidos y las zonas productoras de cocaína en Colombia.  La CIA, cuidando todos los detalles, organizó una operación militar autofinanciada para que no se culpara al gobierno por las atrocidades de la contra.

Cómo empezó todo

El 1° de diciembre de 1981, el presidente Ronald Reagan firmó una Directiva de Seguridad Nacional secreta que aprobaba las labores de la CIA para organizar un ejército que peleara contra Nicaragua (Operación Águila Negra).  Para esta operación fueron asignados 19.9 millones de dólares.  Aunque la suma no parecía suficiente, no se requería más, pues ya estaba en marcha una gran conspiración de narcóticos que financiaría la guerra.

La Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN) fue el primer grupo creado con apoyo de la CIA, a la cabeza del cual se designó al coronel Enrique Bermúdez, ex oficial de Somoza.  Las fuerzas reclutadas eran lo que había quedado de la Guardia Nacional.  Para sus operaciones de narcóticos en Miami, Bermúdez escogió a Juan Norwin Meneses Cantero (conocido en Nicaragua desde finales de los 70 como el rey de la droga) y Óscar Danilo Blandón.

En un juicio contra narcotraficantes en 1996, Blandón testificó que en la operación para financiar la guerra en Nicaragua vendió en 1981 una tonelada de cocaína en Estados Unidos.  Para ese entonces, la droga era muy cara.  Lo que hizo la contra al inundar las calles a base de cocaína cristalizada y fumable (el crack) fue reducir su precio al mínimo.  Para lograrlo, contactó a los carteles de Colombia, y para introducirla a Estados Unidos se valió de una red de transporte creada por la CIA.En 1992, un tipo llamado Enrique Miranda rindió testimonio en una corte de los Estados Unidos.  Declaró que él era un espía del gobierno de Somoza y que después de la revolución sandinista trabajó como emisario de Meneses ante el cartel de Bogotá.  “Él (Meneses) y su hermano Luis Enrique financiaron la contrarrevolución con las ganancias de la cocaína”, declaró Miranda.  “Esta operación – me dijo Meneses – se ejecutó con la colaboración de personal militar salvadoreño de alto nivel.  Se reunían con oficiales de la fuerza aérea de El Salvador, quienes volaban a Colombia y volvían a una base de la fuerza aérea en Texas.  Él me dijo”.

Danilo Blandón dirige una sofisticada organización que contrabandea y distribuye cocaína en el sur de California”, dijo el sargento Tom Gordon de los sheriffes del condado de Los Ángeles en una declaración jurada en 1986.  “El dinero de la venta de cocaína es trasladado a Florida y lavado por Orlando Murillo, alto ejecutivo de una cadena de bancos llamada Government Securities Corporation.  Esos bancos dispensan el dinero a los rebeldes de la contra para que compren armas destinadas a la guerra en Nicaragua”.

Blandón se convirtió en el hombre del crack.  Rick Ross, narcotraficante protegido en esa época por Blandón, calculó que ya para 1983 se vendían entre dos y tres millones de dólares diarios de crack.  Esta red de narcóticos, lavado, armas y crímenes, fue estructurada por al CIA a través de sus viejos agentes Félix Rodríguez Mendigutía, Juan Restoy, Ignacio y Guillermo Novo y Luis Posada Carriles.

La red fue usada en operaciones de terrorismo contra Cuba hasta 1970, cuando se cayó uno de sus aviones en el sur de California con una enorme cantidad de heroína y cocaína a bordo.  Ese mismo año, el FBI capturó a 150 personas “en la operación antidrogas más grande de la historia de la Policía Federal”.  El Procurador General, John Mitchell, señaló entonces que la red controlaba el 30 por ciento de todo el comercio de la heroína en el país, y el 70 u 80 por ciento de las ventas de cocaína.

La infraestructura

En 1984, el Congreso le prohibió a la CIA suministrarle armas directamente a la contra.  En respuesta, el Departamento de Estado y la CIA hicieron arreglos con grandes narcos en Colombia, Honduras y Miami.  En las audiencias del Subcomité Kerry del Senado (preparado por un subcomité del Senado en 1989, a propósito del escándalo Irán-Contras) se documentó que el Departamento de Estado pagó US$ 800.000 a cuatro compañías de aviones de carga de grandes traficantes.

Tales aviones llevaban armas a la contra en Honduras.  Varios pilotos y otras personas conectadas con los vuelos declararon oficialmente que llevaban armas y regresaban cargados de droga.  Operaban desde bases del ejército en Florida y otros estados.  La CIA arregló las cosas para que no los inspeccionara la Aduana ni la DEA.  La Aduana calculó que entre 1985 y 1986, 50 a 100 vuelos de la CIA salieron y aterrizaron sin inspección.  El gobierno protegía a esos narcos para que nadie los molestara.  Para facilitar sus vuelos, la CIA – además de las bases del ejército salvadoreño (Ilopango) – utilizaba pistas propias como la construida en Costa Rica en el rancho de John Hull, o las de Juan Ramón Matta Ballesteros en Honduras, las de Carlos Lehder en el Caribe, las facilitadas por Manuel Noriega en Panamá, e incluso algunas comerciales en Colombia (Barranquilla).

En un informe de julio de 1989, una investigación realizada por el Congreso de Costa Rica acusó a Oliver North, Robert Owen, John Poindexter (asesor nacional de Seguridad), Lewis Tambs (embajador en Costa Rica, que también lo fue en Colombia), Richard Secord y Joseph Hernández (jefe de estación de la CIA) de ser responsables de la red de droga por armas en el país tico.

El informe Kerry, concluyó que la administración de Reagan “demoró, paró o interfirió” investigaciones contra la droga cuando se acercaron a la contra.

El Departamento de Justicia entregó un informe de su inspector general, Michael Bromwich.  De acuerdo con la evidencia citada en el informe, el gobierno de Reagan y Bush (padre) sabía casi desde el principio de la guerra de la contra que los traficantes de cocaína permeaban la operación paramilitar.  Estos informes concluyeron que la CIA apoyaba a empresas de transporte de narcotraficantes como SETCO y SAT con dinero, protección y asesoría.

Durante el juicio al general Noriega en 1991, el narco colombiano Carlos Ledher (un testigo de cargo) dijo que un funcionario del gobierno estadounidense ofreció dejarle traer cocaína si permitía que la red de ayuda a la contra usara una isla de las Bahamas de la que era dueño.  Lehder también dijo que el cartel colombiano contribuyó con unos US$ 10 millones para la contra.

Por estos juicios se supo que Noriega fue quien contactó a Pablo Escobar y otros narcos colombianos, garantizándoles rutas seguras a los Estados Unidos a cambio de ayudar a quienes combatían al gobierno sandinista en Nicaragua.

Al final de los años 80, la población negra, joven y pobre de los Estados Unidos inundaba las cárceles de su país.  Su adicción a la droga, alentada por una operación secreta, los hacía aparecer como la parte fundamental del problema.  Empezaba la campaña “Di no a la droga”.

*Resumen de la investigación realizada en 1966 por Gary Webb, periodista norteamericano, aparecido muerto en su apartamento el 10 de diciembre de 2004, hecho tomado como suicidio, “con dos tiros de 38 en el rostro”.

 

 

 

 

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