Pasos para organizar una Asamblea Popular
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EL 11 DE SEPTIEMBRE EN LA MEMORIA DE LOS CHILENOS.

Rogelio Cedeño Castro 1

 

I

La fecha del 11 de septiembre (el de nosotros los latinoamericanos y no el de aquellos que viven más al norte del continente) representa, en el Chile del cambio de siglo, a la incómoda memoria luctuosa de un pasado, todavía reciente y que continúa estando cargada de profundos significados para los más diversos actores sociales y políticos.

Se trata de una conmemoración, todavía inevitable, que para los próceres de la derecha -entre ellos los editores del diario El Mercurio- sería mejor olvidar, sobre todo ante el hecho de la imposibilidad de reconocer como héroes a los verdugos que vinieron, en aquel momento, a salvar los intereses de la oligarquía chilena y de los señores Nixon y Kissinger, quienes desde la Casa Blanca de Washington habían decidido, antes del arribo de Salvador Allende al gobierno, en noviembre de 1970, hacer explotar en pedazos a la economía y a la sociedad chilenas de entonces, todo ello visto como una solución definitiva al problema que representaba la  “equivocación” de todo un pueblo al escoger a un peligroso “marxista” para que los gobernara. Es a partir de los factores mencionados donde se origina el distanciamiento entre una derecha política, con nuevos ropajes “democráticos” (mimetismo es el nombre de esa figura) y el viejo general, hoy rodeado sólo por sus incondicionales, en especial por las nostálgicas damas del Barrio Alto que tan bien lo recibieron a su regreso  de Londres.

La documentación histórica que prueba el valor de estas afirmaciones, acerca de la ingerencia del BigBrother en los asuntos chilenos es de suyo abundante y nos evita perder el tiempo escuchando los desvaríos de quienes, desde Chile y otras latitudes, continúan atribuyéndole a Salvador Allende y la Unidad Popular la responsabilidad exclusiva de los vergonzosos acontecimientos del período inmediatamente posterior al martes 11 de septiembre de 1973. Se trata de un “conmovedor” meaculpa,  consistente en justificarse diciendo que no les quedó otro remedio que actuar con energía frente al “caos” promovido por los “marxistas”.

Es por ello que los disturbios que ocurren, todos los años, en estas fechas, tanto en la capital chilena como en otras ciudades de ese país tienen la virtud (en el buen sentido del término) de poner de relieve lo ocurrido hace tres décadas despertando enconadas pasiones y reafirmando la necesidad de establecer hasta el último detalle las atrocidades cometidas por los militares golpistas y sus aliados, como asimismo saber del destino final de los más de mil detenidos-desaparecidos por la dictadura. Mientras esto siga ocurriendo el golpe militar de 1973 no podrá ser considerado todavía como un mero asunto de gabinete, destinado sólo a los sesudos análisis de los historiadores  profesionales, los sociólogos y otros profesionales afines.

 

II

La huelga o rebelión de los pingüinos, protagonizada hace pocos meses por los estudiantes de secundaria, marcó uno de los desafíos más importantes que ha experimentado el gobierno de Michelle Bachelet, pero sobre todo vino a expresar que las nuevas generaciones habían perdido el miedo inoculado en el pueblo chileno por la dictadura empresarial-militar, encargada de crear las condiciones para eternizar el capitalismo más agresivo en todo el subcontinente latinoamericano y hacer imposible cualquier transformación social en beneficio de las grandes mayorías populares.

Durante varias semanas los estudiantes de secundaria dieron ejemplo de coraje, inteligencia y firme determinación para poner en jaque las políticas educativas, heredadas del régimen militar. El rechazo a la municipalización de la educación pública, impuesta por el saliente gobierno militar en marzo de 1990, pocas horas antes de que el general Augusto Pinochet le entregara la presidencia a Patricio Aylwin, primer presidente elegido por la Concertación (1990-1994) y las otras demandas, en procura de un cambio verdadero en un sistema educativo que segrega social, cultural y laboralmente a los jóvenes, mucho antes de  concluir la secundaria expresaron el sentido más profundo de esa lucha ejemplar.

Las tomas de los liceos en todo el país, las deliberaciones constantes, la presencia y la decisión de una dirigencia estudiantil firme y las multitudinarias manifestaciones en Santiago y otras ciudades, cambiaron la imagen de un país que era conocido en la arena internacional por el despliegue de un “exitoso” modelo económico, caracterizado por altas tasas de crecimiento y un pujante intercambio comercial. Todo ello sin importar su esencia excluyente, en especial para miles de jóvenes sin porvenir alguno en el mundo del auge y del libre comercio.

 

III

La llegada de Michelle Bachelet al Palacio de la Moneda, a partir del mes de marzo anterior, representó no sólo el hecho de que, por primera vez en la historia republicana de Chile, una mujer se convertía en la cabeza visible de la nación, sino un evento histórico de una significación aún mayor: la reivindicación – a través de su persona y su familia- de los militares constitucionalistas, de las distintas ramas de las fuerzas armadas quienes, hace ya más de treinta y tres años se opusieron al golpe empresarial-militar, que por azares del destino, terminó siendo encabezado por el general Augusto Pinochet, el último en unirse a la conspiración y quien había jurado mantenerse leal al presidente Salvador Allende y al orden constitucional.

La hija del general de la aviación, Alberto Bachelet, a quien sus compañeros de armas habían dejado morir en una prisión militar tres décadas atrás, se convirtió en la presidenta de la República, sacando así del olvido a todos aquellos uniformados –sin importar su rango- que fueron asesinados y torturados desde semanas antes del golpe militar, como ocurrió con el caso de los suboficiales de la marina -Juan Cárdenas y compañeros- que habían denunciado la conspiración en marcha, en Valparaíso, durante las primeras semanas del mes de agosto de 1973. De alguna manera, puede afirmarse que con la llegada de Michelle Bachelet a la Presidencia de la República, los nombres de los generales René Schneider y Carlos Prats, dos comandantes en jefe del ejército que fueron asesinados por la reacción en aquellos años, vuelven al primer plano, al lado de otros que permanecieron en el ostracismo durante las últimas décadas, en calidad de víctimas propiciatorias.

 

IV

Las conmemoraciones de estos treinta y tres años, transcurridos desde el golpe militar, y la posterior implantación de un modelo económico-social, el de la contrarrevolución (neo) liberal, que suprimió de facto, aunque con alguna cobertura legal, la gran mayoría de las conquistas sociales de los trabajadores y la población chilena en general, han continuado estando caracterizadas por una gran dosis de heterogeneidad. Mientras el gobierno, encabezado por la Señora Bachelet, al igual que los anteriores elegidos por medio de  la coalición oficialista o Concertación, ha querido darle un carácter reflexivo a la fecha, efectuando un Te Deum con las autoridades de las más diversas confesionalidades religiosas y con la clase política en pleno, nos encontramos, por otro lado, con la protesta callejera –más o menos violenta- de los sectores populares y de algunas fuerzas de  la izquierda extraparlamentaria, la que no iba dirigida, de manera exclusiva, en contra de la memoria ominosa del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, sino también contra la persistencia de un presente poco luminoso, en donde los resultados de las políticas  (neo) liberales seguidas por el régimen militar y los sucesivos gobiernos de la Concertación arrojan un saldo importante de miseria y desesperanza, pero que por formar parte constitutiva de la “normalidad” de lo político imperante tienden a pasar desapercibidos, excepto durante los períodos electorales.

Se podría afirmar que también los hechos de violencia, ocurridos en estos días, llaman también a reflexionar, sólo que de manera concreta en este caso, acerca de los efectos más permanentes producidos por un modelo de sociedad y país, hecho a la medida de los intereses empresariales y del capital transnacional, dentro del cual resultan normales los “daños colaterales” de la miseria y la exclusión social que se ensañan con la gran mayoría los jóvenes chilenos. En caso contrario, como es el de la ausencia de reflexión y acción prevalecientes, no dudamos que este tipo de sociedad tan beneficiosa para unos pocos continuará siendo la expresión permanente de una violencia física y simbólica de un grado tan elevado, que terminará por empequeñecer y dejar convertida en un juguete, la esporádica de los manifestantes que rompen vitrinas y arrojan cocteles molotov sobre el Palacio de la Moneda y causan destrozos en algunas tiendas y establecimientos comerciales de la capital chilena, al mismo tiempo que se enfrentan con los carabineros y otras fuerzas policiales. Para las fuerzas políticas de la coalición gobernante resulta también una buena oportunidad para satanizar aquellas expresiones orgánicas del anarquismo y de los anarquistas dentro del movimiento popular chileno, una satanización a la que no son ajenas las percepciones de la derecha formalmente opositora, pero cogobernante de hecho.

 

V

La existencia de detenidos políticos, procesados judicialmente entre quienes resistieron, con las armas en la mano, a la dictadura militar contrasta, de manera evidente, con las grandes dificultades que han habido hasta el presente, para enjuiciar al general Pinochet y a otros militares y personeros civiles del régimen empresarial-militar. Las víctimas continúan siendo culpabilizadas mientras que muchos de los verdugos, al parecer morirán tranquilos (¿o quizás no tanto?) en su cama.

Las persecuciones en contra de los militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y de otras organizaciones que se enfrentaron al terror imperante, durante la mayor parte de la década del setenta y durante la del ochenta, expresan el vivo contrasentido existente en una sociedad que está muy lejos de reconocer la dignidad, la valentía y el patriotismo de quienes decidieron repeler la violencia de la dictadura, enfrentándola en el terreno en que hizo uso sistemático de la desproporcionada fuerza existente en su favor.

Todo esto expresa los efectos de la continuidad del estado de cosas dejado por la dictadura y que ha prevalecido durante las casi dos décadas, desde que se produjo el retorno a la democracia formal. Sin duda una democracia donde son muchos los sectores sociales excluidos y en la cual ha habido que negociar, a lo largo del tiempo, la eliminación de los enclaves autoritarios dejados por la dictadura militar y lo que, es más grave, la imposibilidad de reformar la Constitución de 1980, impuesta por el general y sus seguidores en procura de eternizar el modelo (neo) liberal de un capitalismo que nunca ha dejado de ser salvaje.

 

VI

La grave situación presente, en materia de derechos humanos, que vive y soporta el pueblo mapuche, conformado por las etnias huilliches, alacalufes y pehuenches constituye la continuación de un genocidio y etnocidio simultáneos, cuyos orígenes se remontan al período colonial y a la fase más agresiva y expansionista del estado chileno, durante la segunda mitad del siglo XIX.

Por otra parte, la negativa de la derecha chilena a ratificar en el parlamento el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los derechos de los pueblos aborígenes y la aplicación de una ley antiterrorista, dejada por la dictadura militar en contra de la resistencia mapuche, en lucha por la defensa de sus tierras ancestrales hoy codiciadas por el capital transnacional, los latifundistas criollos y los grandes proyectos hidroeléctricos expresan el drama que vive hoy ese heroico pueblo. Los presos políticos mapuches a quienes se ha venido aplicando esa legislación han acudido incluso a prolongadas huelgas de hambre para poner de relieve las grandes injusticias que el estado chileno (el de los huincas) viene cometiendo en su contra.

 


  1. Profesor de la Escuela de Sociología
de la Universidad Nacional de Costa Rica, UNA
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